29 marzo, 2024
Una propuesta bienal de primerísimo nivel cuya contraprogamación deja en entredicho el éxito de la convocatoria

Fotografías por Javier Sierra (Le Petit Patte)

Nunca llueve a gusto de todos; no hay frase que mejor resuma lo que ocurrió el pasado fin de semana en la Alameda de Hércules. Lo que para algunos es una bendición, léase treinta grados a la sombra de los álamos, música gratuita y un puente para escaparse a los litorales, para otros, amigos, puede ser la peor de las pesadillas. Quizás por el ansia de volver a vivir un South Pop, o por el placer de degustar buena música en las cercanías de la Alameda, muchos no se pensaron dos veces soltar el peculio para vivir el primero del año. Pero claro, al sol le dio por salir, y al que no tenía casa en la playa le dio por descubrir los placeres de la primavera al aire libre, como HiCorea! homenajeando a Michael Jackson o los encuentros con viejos conocidos sobre los adoquines; menudo invento.  El resto, los que preferíamos el aforo reducido y el #bestSPever, los de la entrada y EL pase de prensa, esos, nos metimos a ver qué ocurría en el interior del Teatro Alameda.

Los comienzos se produjeron a partir de una propuesta poco compleja, la de Tulsa, que edulcoraba a golpe de sinte y mucho reverb la descompensación en volumen entre la voz de Miren Iza y el resto de su banda, hasta el punto de preguntarnos si los agudos estridentes eran fruto del ansia y los nervios o, simplemente, problemas en el equipo de sonido. Por suerte para Tulsa, y desgracia para el resto, luego  descubriríamos que fue lo segundo.  En cualquier caso es muy difícil abrir un festival y, recurriendo a su poemario, “no me importa si eres listo o idiota, te voy a querer igual”.

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Salir del teatro era imperativo para poder beber y fumar, y en esos momentos podrías hasta incluso codearte con DJ Piscinas para pedir unas cervezas mientras los roadies cambiaban el aspecto del escenario. Y a la caída del sol nos preparábamos para recibir el jardín botánico de Sandra Kolstad. Vitalismo electrónico con innegable ramalazo nórdico para dejar claro lo diferente que se hacen las cosas en Noruega, sabiéndose distante a golpe de sampler, flores de plástico y turbantes. ”My Yellow Heart” fue un temazo que declaró (a voces) que la electrónica no está al servicio de la melodía, sino que, lejos de revestirla, forma parte innegable del todo que conforma este universo. Brava.

La noche entraba en materia cuando los Glass Animals entraban en el Teatro. Venían del Coachella amparados por un notable éxito. Que la ausencia de público me permitiera ponerme a los pies de Dave Bayley fue un lujo impagable para poder apreciar de cerca la foto en alta resolución que componían estos tíos de Oxford. Muchos puntos en un formato tan contenido: mucha elegancia, sensualidad y, sobre todo, calidad. “Gooey” es una obra maestra cuya puesta en escena fue tan impecable, a pesar de su complejidad, que me dejó con ganas de más, de mucho más. Póntela y me cuentas si no te recuerda al “Gold” de Chet Faker. Gloria bendita.

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Y después de más de dos años volvíamos a encontrarnos. Es cierto que tus letras no envejecen, los que envejecemos somos nosotros. Ya no soy el mismo tipo que se enamoró de tus guitarras con la presentación de “Desaparezca de aquí”. En estos años me ha dado tiempo de hacer crack muchas veces, y me puse delante de ti con la inseparable carga de los recuerdos. Tengo que decirte que comenzar con “Nuevos planes e idénticas estrategias” fue una crueldad deliciosa. La pena es que, a partir de ahí, el setilist y tu estado de embriaguez (problemas de sonido aparte), me hicieron ir invariablemente hacia abajo. Si el público te pide “Gang bang” sueltas el uke y se lo brindas, pero si a Abraham Boba (León Benavente) no le suenan las teclas, el resultado es un desatino total. “Dry Martini” fue el destello de lo que pudo ser y no fue: un conciertazo de Nacho Vegas. Espero que la sobriedad, el buen sonido y Michi Panero vuelvan cuando nos veamos otra vez.

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Y los Prussians (para muchos, los Bloc Party españoles), cerraban este primer día. Poca gente para ser testigos de que, todavía, se pueden hacer grandes cosas con las guitarras. Efectos de retardo infinitos y una saturación bailable que hizo levantar a los cansados asistentes de sus asientos. “The place” fue un acierto de la banda para despertar al público, no así de la organización, que programó demasiado tarde a este grupo que injustamente tuvo que comerse los bostezos de más de uno. Y así, pasadas las dos de la mañana, nos fuimos a casa a descansar.

El segundo día más de lo mismo: bajar por Trajano y encontrarte que en la Alameda se está liando. Que Pájaro tiene la magia que le falta al SouthPop y que todavía te quedan monedas de plástico por gastar. Que ves muchas caras conocidas y que Montgomery tiene una propuesta parecida (perdónenme algunos) a lo que hace Fuel Fandango. Que tienes ganas de bailar y de irte a casa. La contradicción, así es el South Pop. Porque, ¿para qué negar el acceso a un fotógrafo el primer día para luego regalar invitaciones el segundo? ¿Será para que los Montgomery no se sientan solos y la convocatoria parezca un éxito de asistencia y público? Es posible. Lo que sí está claro es que, invitados o no,  los que allí estábamos nos tragamos dos conciertos de apertura correctos, bailables y saludables, que levantaron los ánimos de los presentes, que gran falta hacía. Bien por ellos.

Y Neuman cumplió con lo prometido. Firmó discos, se peleó con el jack de su guitarra y nos regaló uno de los mejores directos que he visto en lo que va de año.  En palabras de Paco, que se alzaba frente al público ataviado con una guitarra de doce cuerdas, “If” es más que el título de un disco. Es preguntarse qué pasa si el público vuela con tus guitarras, si le recuerda al mejor grunge de los noventa y si, junto con L.A., estás llamado a marcar el camino de los próximos años. La respuesta es afirmativa: demasiado talento, demasiados decibelios y demasiada rabia. Y, aun con mucho más público que el día anterior, me aproximé para sentir el aire que salía de los conos de los Marshall y  los Fender Reverb que flanqueaban a Paco. Menuda delicia.  “Turn It” y “Too prety” me dejaron con un pesado síndrome de abstinencia. ¿Por qué los vicios se sirven en pequeñas dosis? Es necesario volver a verlos, preferiblemente en solitario y en dosis más largas.

Vi a Delafé y las Flores Azules en un Sonorama hace un par de años. Los conocía, básicamente, por la canción que usó el corte inglés para su anuncio de primavera, cuando Facto todavía le daba el punto creíble a esta formación. Pero con su ausencia todo parece estar más claro: el buen rollismo porque sí, la arenga vitalista y las trompetas de la muerte son lo más reseñable de este dueto barcelonés. Supongo que seré una rara avis, porque en la sala se recibían sus gritos y sus “sobrevuelo tu barrio metida en un armario” con gran entusiasmo. A la mejor hora, en el mejor lugar del cartel y en la recta final del festival, sonó “Mar el poder del mar”, lo que me llevó a pensar que no podría estar más de acuerdo con ellos: “sigo sintiendo lo mismo”.

Y tras muchas horas y mucha música a las espaldas, llegó el final. College hizo de VideoDJ para cerrar dos días de música cuyo orden y vaivenes nos hicieron subir y bajar. La proyección en morphing  de iconos femeninos de los ochenta fue el soporte visual perfecto para la  electrónica de culto, la de la gente que va a escuchar y a bailar ensimismada. Y esa impresión de ensimismamiento fue la que me llevé del SouthPop cuando, por fin, salí a la calle. Un festival de mucha calidad pero diseñado para un público muy específico, y con la penosa sensación de que, hoy por hoy, goza de un público que está en clara minoría frente a aquel que prefiere dedicarse a vivir los placeres del buen tiempo bajo los sones de la gratuidad. Y aun siendo las dos opciones válidas, lamentablemente también son incompatibles. A lo mejor no es cuestión de elegir, ni de ganar o perder, sino de acertar. Lo veremos dentro de un par de años.

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