24 abril, 2024
Padilla juega con el público y lo lleva a cuestionarse el modo de entender trabajo en el siglo XXI

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“La isla Púrpura” es una delicia de obra, una obra que comienza con un exquisito humor, que se convierte en drama y que llega hasta la tragedia en un final en el que toda decisión es un fracaso, es decir el ser humano y la vida.

Se inicia la obra con la adaptación de texto de Bulgákov, una comedia sobre la censura en la Rusia comunista, aunque bien podríamos extrapolarlo a nuestros días donde dos titiriteros siguen procesados por una obra de títeres de cachiporra, Rita Maestre por manifestarse en una iglesia en top-less, José Mota tiene que pedir perdón por un sketch cómico que el colectivo moralista de turno dice que ha herido su sensibilidad y desgraciadamente un largo etcétera.

Volviendo al inicio de la obra, los actores realizan una trabajo corporal excelente en esta primera parte, con un Manolo Caro abismal, que hace gozar al público gracias a un trabajo lleno de actitudes corporales y matices. Es una fase extraña para el público porque a la vez que disfrutamos del gran trabajo de los actores, del ritmo picado del texto, de sus tan elaborados y definidos personajes, vemos un exceso de actuación, o como lo llamó Juan Vinuesa “personajes estirados” que como público casi me hacían sufrir, ya que no entendía esa sobreactuación con detalles que dolían a la vista como la peluca del Censor.

Pero en un momento dado, se rompe la obra, llega el drama, el director canario José Padilla se ha estado divirtiendo con nosotros, nos ha hecho sufrir y ahora nos lo muestra con claridad, nos saca una sonrisa y le decimos “que cabrón, me ha engañado como a un bobo”, grande, muy grande y divertida esa vuelta de tuerca, me ha dejado sin palabras.

Y en la vuelta de tuerca comienza la bronca, el drama, el posicionamiento político, y empieza por la cultura, ¿qué importancia tiene la cultura en este mundo? ¿a quién le importa? ¿saben realmente los que dirigen de su importancia? Y desde ahí al teatro, a los actores, directores a los trabajadores del teatro, a su forma de vivir, de estar en el mundo, cosa extrapolable a muchas otras profesiones en este caso, porque existe la censura externa pero hoy en día la que verdaderamente funciona es la autocensura y la autoexplotación, ¿donde están los límites? donde estoy en la autoexplotacion cuando trabajas doce horas, no cobras ensayos, trabajas en prácticas por una miserias en pos de un futuro mejor, y tantas otras formas de precarizar nuestras vidas y que asumimos por amor a una profesión o como inversión de futuro.

Y la tragedia llega cuando da igual lo que eligas, cualquiera de las opciones te lleva a asumir responsabilidades, a no estar del todo seguro de lo que estás haciendo e incluso a que otros estén completamente en contra de tu decision, incluso tu propio microfascista que llevas dentro.

Pero todo esto que hablamos de macroestructuras que nos censuran, micropolítica de la autocensura, se ven envueltas en la vida, donde no todo es tan claro en función de la lupa moral con la que se mire, porque en la tierra, piel con piel están las relaciones humanas que hacen que toda decisión dependa de egos, amores, desamores, mentiras, fracasos, y voluntades, y no todos están dispuestos a dejarse intimidar por la moral que sea, y no todos están dispuestos a dejarse engañar por las pasiones que sean, José Padilla lo articula con maestría y en medio de todo esta amalgama de interacciones pone el ser humano que se equivoca cada día, que sufre, que es contradictorio y a vecs una bestia, al ser humano dispuesto a tomar posición a pesar de todo.

No sé si he conseguido explicarme la verdad, porque como el buen teatro, me ha hecho más preguntas que respuestas me ha dado, así que si no lo he hecho, ya saben lo que pueden hacer, ir a ver “La isla Púrpura” así seréis protagonistas de estas visicitudes, así podréis sentirlas en primera persona, porque esa es la magia del teatro, su capacidad para hacerte sentir y pensar.

Mención especial a Mariano García técnico de sonido de la obra, que consigue perturbar al público con una melodía que no conseguimos descifrar pero que crea desconcierto y desasosiego cada vez que la escuchamos, alimentando con destreza las emociones contrapuestas.

Y si además los actores después ves a los actores en la Alameda y están encantados de charlar contigo, de irnos juntos a tomarnos una copa, es que estos actores y esta obra está hecha por gente humana ademas de excelentes actores, así que mucha mierda a “La isla Púrpura” y sus habitantes por los teatros.

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