19 abril, 2024
Pájaro y Chencho Fernández ofrecieron una noche sobresaliente de rock made in Sevilla en la cita del viernes del POP CAAC.

Fotografías Antonio Andrés

No respondió a la altura el público sevillano ante la penúltima doble entrega del mes de julio del POP CAAC. El letargo estival sevillano causó efecto y la pradera del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo apenas completó la mitad del aforo en una noche que se presumía triunfal con dos genios y figuras patrios de la talla de Chencho Fernández y, uno de los grandes iconos rockeros de la sevillanía, Pájaro. Suena triste, pero probablemente si se hubiera tratado de un par de americanos, dos guiris cualquieras con un truño medianamente exitoso a mediados de los ochenta, hubiera lucido de otra forma. Parece que Sevilla sigue mirando hacia afuera sin saber lo que tiene en su tierra…Al menos los que estábamos mirábamos hacia dentro.

Abrió la noche Chencho Fernández acompañado por All La Glory como banda soporte. Quinteto (guitarra, bajo, batería, sintetizadores/coros y guitarra/teclados) más el propio Chencho a la voz y a la guitarra en un par de canciones. Hablar de Chencho es hablar de uno de los mejores compositores del pop rock nacional y, probablemente, una de las grandes injusticias en la ecuación del reconocimiento y el poder de convocatoria. Esta noche volvió a demostrarlo una vez más con un concierto elegante, maduro y rico, con la grandeza de una banda detrás que sonó impecable, como si giraran por el mapa cada fin de semana con estas mismas canciones.

Arrancó con maestría con la cinematográfica Noche Americana, envuelto en esa aura de alma errante de bardo urbano testigo de cada movimiento en la ciudad. Latigazo rockero con la ironía de Este matrimonio no casa y polvo en las botas con la folkie Muchacha rural. Su perfil de poeta maldito que celebra la épica del subcampeón se vislumbraba recortada al fondo del escenario encendiéndose un cigarro mientras sonaba el teclado vaporoso de Te quiero sin querer, nuestro particular Je T’Aime… Moi Non Plus de Serge Gainsbourg y Jane Birkin.

No sólo el legado del francés se puede reconocer en la música de Chencho. Es innegable la influencia de Bob Dylan en canciones como Un hit o en la monumental Una buena noche que estalló en éxtasis con un doble solo de guitarras brillante. El empirismo local alienta la lírica de estas canciones que también se enriquecen con reminiscencias al Bowie más glam rock y al Lou Reed de Transformer en En boga, para la que sumó al escenario un saxo tenor. También hay lugar para la mediterraneidad, como la de Mi pequeña muerte en ti, una suerte de chanson andaluza que bien podría interpretar Julio Iglesias.

Dos estrenos se presentaron en esta noche que auguran que el nivel no bajará en el futuro tercer disco de Chencho Fernández: Y entonces lloré y Vuelta al Monkey, que precedieron a la despedida con Radio Fun Club y La estación del Prado, en que Pilar Angulo se sumó al frente del escenario en un bonito dúo que rompió de nuevo en un solo de guitarra antológico. Tendido el puente de plata para Pájaro, la banda y Chencho abandonaron el escenario sin darse demasiada importancia después de haber dado una auténtica lección de estilo, rock y buenas canciones que dejó un sobresaliente sabor de boca y ganas de más entre el público.

No se hizo dura la espera mientras se ponían a punto los preparativos para el siguiente concierto gracias a la buena selección musical pinchada por el DJ, dicho sea. Hasta que, apenas pasadas las once y media, la banda de Pájaro salía a escena. La gran noticia de la noche: el emocionante regreso al escenario contra toda adversidad de su trompetista, Ángel Sánchez Suárez, el auténtico héroe de la noche. Suyas fueron las primeras notas del concierto, unos compases de la Nana del caballo grande con ecos de Miles Davis que fueron el llamado para el jefe.

Pájaro arrancaba su concierto con Corre, chacal; Lágrimas de plata; Sagrario y Sacramento, y Gran Poder. Como siempre, al galope de guitarrazos épicos, escoltado por Antonio Lomás en batería, Ricky Candela en el bajo y sus siempre fieles mosqueteros, Paco Lamato y Raúl Fernández, el guitarrista más inspirado en una noche de guitarras sublimes. Derrochando poderío de guitarras salvajes en los terrenos más fronterizos del rock, donde crece el cantar de los apátridas a los que tanto ampara y recuerda en sus letras. Como en Los callados, que sonó especialmente bonita esta vez, antes de Santa Leone y una Tres pasos hacia el cielo que antes solía quedar ubicada en el tramo final del concierto y ahora cobra un nuevo rol en el ecuador del repertorio.

Entre la solemnidad y su habitual alegría, desfilaban los temas de Pájaro, con sus intensos crescendo, dulcemente apocalípticos; el rock de palo y la épica fronteriza.   Rock con coraje y valor, no por ello menos elegante y preciso, que tuvo su espacio para el swing de Viene con mei y Bajo el sol de medianoche o para adaptar el bolero del italiano Fred Buscaglione, Guarda Che Luna, en quizás las únicas pocas imprecisiones de la noche, en este caso vocales.

Perché sonaba enorme en una subida sin retorno que conduciría a un auténtio Himalaya: el que tendría que ser el himno oficioso y oficial de Sevilla para la eternidad, ese Rezaré de Silvio que supuso uno de los momentos más especiales del concierto. Justo antes de las incendiarias Costa Ballena, Luces rojas y El tabernario. Tras una breve despedida, Apocalipsis y una apoteósica A galopar pusieron el broche final a esta gran noche del rock hecho en Sevilla. Sí, en Sevilla. Porque si Pájaro y Chencho Fernández fueran americanos…no podrían ser mejores, porque mejor es imposible.

 

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