29 marzo, 2024
Las canciones de Ángel Stanich están llenas de pistolas. Quizá por eso son tan buenas. Su último disco, Antigua y Barbuda, es lo mejor que se ha escuchado en el rock en castellano en años.

Todas las canciones acaban por ser pistolas. En agosto del año 2012 aparecía una noticia en el periódico cuyo titular se me quedó grabado: “Cómo suicidarse de un tiro en la sien, esposado y dentro de un coche”. La noticia hablaba de Chavis Carter, un joven afroamericano de 21 años fallecido en Arkansas, del que se sospechaba que, dijera lo que dijera el informe forense, había sido asesinado por la policía.

Han pasado los años y sigue sin encontrarse una solución al caso. La autopsia apunta al suicidio; la lógica, al asesinato. Yo pienso que quizá lo único que hizo Chavis fue ponerse una canción. Y es que sólo hay que meter un disco, uno de esos que te recuerda a alguien que hasta hace un momento estaba en el asiento de al lado, darle al play y esperar a que se rompan los tejidos cerebrales, que comience la hemorragia.

Las canciones de Ángel Stanich están llenas de pistolas. Quizá por eso son tan buenas. Su último disco, Antigua y Barbuda, es lo mejor que se ha escuchado en el rock en castellano en años. Esto es algo que digo yo pero que no puedo defender. He escrito sobre Bob Dylan, sobre Micah P. Hinson, sobre Quique González, sobre Enrique Bunbury, pero no tengo ni idea de música. Lo que pasa es que me entusiasmo.

En realidad nunca escribo sobre ellos, claro, sino sobre lo que ellos me hacen sentir. Y ahora es Antigua y Barbuda el disco que se me ha pegado al cuerpo. Y al salir de casa voy por la calle embadurnado de carreteras, ríos y pistolas; como esos bañistas que se pasean por Caños de Meca con el cuerpo lleno de barro. Me gustan las canciones de Ángel Stanich porque en ellas está todo aquello de lo que nos enamoramos siendo críos: kilómetros y palmeras, estaciones de servicio, sexo, incendios y pantanos. Pero, al contrario que en sus primeras canciones (en las que sus protagonistas se llaman Joe y cruzan la frontera para probar fortuna en México), Stanich ha conseguido trasladar todo ese imaginario a su terreno, que es el nuestro.

En Antigua y Barbuda aparecen el Río Miño, Getafe, Palos de Moguer, San Isidro o el Faro de Vigo. El alicantino Peñón de Ifach o el castellano Cañón de Río Lobos. También el Río Mundo, que nace en la Sierra de Alcaraz, y Campos de Criptana, municipio de Ciudad Real. Y es que Ángel Stanich sabe de la importancia de los nombres. Sabe que hay lugares que merecen la pena sólo por cómo se llaman: Conil de la Frontera, Cabo de Gata, Barbados, etcétera.

En las canciones de Stanich cabe todo. Son un reflejo de este mundo y este amor metamoderno, dubitativo pero sincero, donde la alta y la baja cultura se cruzan y se tocan, como en la pista central de una discoteca. Desde el Ministerio del Tiempo hasta Kierkegaard, desde el Toro de la Vega hasta Laurent Jalabert, desde Bob Dylan hasta Manuel Campo Vidal.

Me gusta Ángel Stanich porque no concede entrevistas. Me gusta Ángel Stanich porque en sus canciones hay partes que se silban. Y me gusta Ángel Stanich porque hay algo en sus canciones, mucho más allá de las palabras y de los acordes: una violencia y un misterio. Chavis Carter no se murió por una canción. Quizá consiguió pegarse un tiro, a pesar de tener las manos esposadas a la espalda, tal y como apuntó la autopsia y un testigo; o quizás le asesinó uno de los agentes que le detuvo una tarde de domingo en una carretera perdida de Arkansas. El caso es que está muerto. Para él no hay más canciones ni más viajes en coche ni más esperanzas. Nosotros estamos vivos. Disfrutemos de canciones como estas, disparemos con ellas, no dejemos nunca de abrir fuego.

Disparo #1 – Casa Dios

Pienso en ti, en llamarte, tantas veces. Me lo advertí: es un arma de doble filo. Me caí por la cornisa del Diablo. Me agarré a una vela. ¿O era un clavo? Sálvame. Soy un náufrago convencido. Me lancé por la borda yo solito. Llévame a la orilla del Río Mundo. […] Pienso en ti, en tu alma galopante. Hasta el fin de los Campos de Criptana. Quiero ser esa espada que te guarde, el caudal y el imperio de tu carne.

Disparo #2 – Escupe fuego

Un día querrás recordar que yo te venero, vas a tener que llamar al Ministerio del Tiempo. Pues no quiero volver a pasar por ese calvario. Me lo digo a diario… Y casi me lo creo. Tu amor no arde, sólo escupe fuego.

Disparo #3 – Mátame camión

¿Cuál será la buena? ¿Cuál será la buena: la luz que me guía o la luz que me ciega? Las miro por un suspiro, un suspiro apenas. Las miro por un suspiro y me enamoro de la ciega […] ¿Qué dirá la prensa? ¿Qué dirá la prensa si no haces entrevistas? Que digan lo que quieran. ¿Acaso hay un motivo por el que deba retractarme de este amor tan repentino por inmolarme? […] ¿Cuál será la buena? ¿Cuál será la buena? La curva que me lleve puede estar en la M-30.

Disparo #4 – Un día épico

No te he visto ayer y aquí huele a incienso. Así que cuéntame. Tranquila, tengo tiempo. Desayuné diamantes, zarpé hacia rutas salvajes y almorcé desnudo. Me echaron de un Carls Jr. Me comí a Bukowski, fue una ingesta muy tóxica. Me excedí en la dosis, tuve un problema médico. Y pasé la tarde con la novia cadáver, fuimos a San Isidro, tomamos unos chatos. Merendé con Gila, se puso el enemigo. Me dijo: “Eres un druida, voy a acabar contigo”.

Disparo #5 – Hula, hula

“¿Has pensado en mí? Dime la verdad”. Prefiero que el asunto no sea personal. “¿Cuál es tu leitmotiv? ¿Cuál es tu ritual?” No quiero entrevistas en profundidad. ¡Prefiero ser Bob Dylan que Manuel Campo Vidal! ¡La próxima entrevista la hacemos por Skype! ¡Prefiero el remedio a la enfermedad!

Disparo #6 – Río Lobos

He tirado mi casa por ese barranco. Ahora vivo en una camada de verdes noctámbulos. Me separo del grupo, voy en plan solitario. Sólo admito mujeres con gusto y oscuro pasado. Compilo la leña. Te escribo, te aguardo. Desde el Río Lobos te canto con voz de licántropo. El aire bucólico que habré inhalado ha invadido pulmones y tálamos. No hay nadie a los mandos.

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1 comentario en ««Seis Disparos»: Ángel Stanich y el curioso caso de Chavis Carter»

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