28 marzo, 2024
Delicada poesía trasnochada, de cigarrillo y cristal mojado, tiernamente cubierta con una dulce melodía musical que difumina la realidad para que por un ratito todo parezca algo más bello.

Poética melancolía que nos mira de reojo desde su peldaño solitario y altivo, a la vez que sueña con multitud de abrazos y miradas furtivas apasionadas y cómplices.

Si tuviera que definir la música de Nacho Camino sería algo así. Una realidad desfigurada, que se entremezcla con los sueños de un niño pequeño que ha tenido que crecer rápido al ver la desconsolada soledad que le rodea. Un animalillo herido que sigue adelante bajo la eterna bandera de la belleza espiritual, creyéndose poseedor de un don por muchos conocidos pero que pocos llegan a entender.

El señor Nacho Camino llegó a mí una fría tarde de invierno, cuando lo vimos telonear por primera vez a Zico en la Sala Cero Teatro. De eso puede que hayan pasado ya un par de años. He de reconocer que me engancharon con sus cuentos narrados en forma de piezas musicales. Recuerdo haberme dejado llevar por las teclas del piano mientras miraba absorto como se movía el arco por las cuerdas del violín de la señorita Rosa Rodríguez.

Desde entonces no he tenido, a mi pesar, noticias de ellos hasta que hace unos meses presentaban para mi sorpresa y regocijo un largo y un EP casi simultáneamente. El EP de 4 canciones titulado El espíritu nacional, según podía leer en una entrevista, eran los temas que por cuestiones estéticamente musicales no habían podido entrar en el largo, aunque dicho sea de paso, el tema “Nosotros” si que se incluye en Nunca hemos sido modernos, que es como se llama su LP.

Faltó tiempo para que me pusiera a escuchar ansioso sus nuevas composiciones. Y es que si algo me caracteriza es que comparto completamente la filosofía musical de Nacho Camino: “En cuanto a influencias directas, no se me ocurre ninguna en particular. Bach, Beatles, Brel, Beach Boys, Baker… Y eso si sólo hablamos de los que empiezan por B”.

En este escrito, por acotar un poco las posibles ramificaciones subjetivas, vamos a centrarnos en su largo, aunque recomiendo encarecidamente que si os gusta lo que leéis y os animáis a escucharlo o adquirirlo, os hagáis también con El Espíritu Nacional, ya que es el complemente perfecto a su obra. En mi humilde opinión son los 4 temas más clásicos en cuanto a ritmos pop. Donde no se investiga tanto y se deja pasar a la sensibilidad de unas letras más profundas y a la vez más juguetonas con las temáticas, centradas eso sí en la visión personal e introspectiva del amor y la pareja.

Pero centrémonos en Nunca hemos sido moderno. Lo primero es advertir que “Political Incorrectness”, tema que abre el disco, no es ni mucho menos lo que os vais a encontrar en el resto de temas. En contra de lo que estamos acostumbrados, este disco es todo un ejercicio en contra del tedio, la languidez y la monotonía. Un ensayo sobre la versatilidad de lo que creemos estipulado. Por tanto, lo que os vais a encontrar es pop, cierto y verdad, pero un pop que se difumina entre viñetas de Heinz Edelmann o la banda sonora española (si existiera) de películas como Mind Games de Maasaki Yuasa.

Hay temas que te harán mover la cabeza mientras entrecierras los ojos soñando con parques infinitos y columpios que se elevan hacia el cielo como “Las muchachas sin corazón”, y en otros te encontraras agarrándote el corazón fuertemente mientras las sombras del pasillo se mueven sigilosamente y tu única salida es cantar a voz en grito ese estribillo que se te ha metido hasta el fondo de tu cerebro “Nosotros”.

A estas alturas ya estas vendido. Has llegado al punto de no retorno, ese en el que te sientes tentado a darle al repeat en cada canción. Pero te relajas, te sorprendes, te alegras por habernos hecho caso y sigues escuchando porque “Nunca hemos sido modernos” viene sutil, cargado de significado y con unos timbales de fondo que harán que “repiquen tus huesos”.

Pero como ya intentamos explicar al inicio de este escrito, el disco es un reflejo de un alma que lucha por escabullirse del tedio y se sumerge en la belleza literaria y musical que le rodea, lo que desgraciadamente no la libera de lidiar con la crudeza del día a día. Sin embargo, en lugar de luchar contra ella, la asimila, la interioriza y es capaz de sacarte un tema como “Rose”, personal como pocos.

Cualquier ensayo que se precie debe vanagloriarse de tocar los máximos palos posibles sin perder el sentido de la obra. Es quizás este otro de los puntos fuertes del disco, que de repente nos encontremos con temas corales como “Yo que he servido a la Reina de Inglaterra” con mensaje bajo la superficie.

En cierto punto, me da pena que las palabras pierdan su significado cuando su uso masivo las despoja de toda intención, y es lo que ha ocurrido con la palabra indie. Pero temas como “Éramos tan felices” podrían entrar fácilmente en la definición primigenia de pop indie. Para ser desvergonzadamente plagiado a la española en “La revolución francesa”. Una caricatura de sí mismos que se esconde bajo un manto de magistral instrumentación. Fruto de la unión de musicazos como Fran Pedrosa a la  guitarras y coros, Pedro Ortega al bajo y coros y Manuel Martínez en la batería y coros.

Un espejo que mira atrás a la vez que refleja sin miramientos la imagen más fiel a ti es “Teresa”, el corte con el que se termina el disco. Una amalgama de sonidos cuidados con mimo, puestos en su sitio con medida exactitud para crear algo único, visceral y a la vez universal. Un coro de voces e instrumentos que bajo el paraguas del violín y la superposición crean una atmósfera que curiosamente cubre todo pero que a la vez deja un sentimiento de soledad palpable y sincera.

Delicada poesía trasnochada, de cigarrillo y cristal mojado, tiernamente cubierta con una dulce melodía musical que difumina la realidad para que por un ratito todo parezca  algo más bello.

 

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