24 abril, 2024
Música con sabor amargo y seco como de far west, de las que te dan ganas de alquilar un mustang y recorrerte el desierto de Sonora.

Fotografías por Elena Gato

Lo primero que se me pasó por la cabeza después del show de Furia el pasado jueves en Nocturama es que no podían llamarse de otra manera. Impetuosos sonaban los taconazos de Nur sobre el escenario. A casta y a raza los guitarrazos de Goli y sus desvaríos enganchado a la palanca. Música con sabor amargo y seco como de far west, de las que te dan ganas de alquilar un mustang y recorrerte el desierto de Sonora. O de asaltar una diligencia, vaya usted a saber.  Lo segundo que pensé es que esa noche, los nombres en el cartel podrían haberse colocado a la inversa sin que supusiera una merma en la calidad, pero eso es otro cantar.

El porte de predicador pirado de Supersummer se complementa con los aires de chica mala de Wong y una sugerente voz que podría susurrarte aquello que decía Najwa Nimri de «me vas a durar cinco minutos». Conjugándolos a ambos prende la mecha y los portuenses parecen sacados de un tal St. Mary´s Harbour.

El pasaporte se lo da una puesta en escena que no permite apartar la vista un segundo. Y esa actitud rabiosa contagiada por el mordisco del rock mestizo y salvajemente fronterizo en el que se desenvuelven. A eso hay que añadir excelentes cortes como «Money», «I´m a man», «Machete»«El chile de la muerte»«Pushloop» o «Shake it», con los que a golpes de guitarra, nervio en cada acorde y navegando también en el surf rock construyen un directo tan imprevisible como potente.

Con alusiones a Triana, «el mejor grupo de rock de todos los tiempos» y al calor que seguía reinando en la noche, estos gaditanos de acento gringo fueron subiendo hasta tal punto la intensidad que se hacía difícil vislumbrar un cierre. Pero no hay medias tintas en el film en blanco y negro de Furia y acabó roto el bajo de Nelo Escortell, Goli lanzando la guitarra a al público, bajándose entre los presentes, descamisándose y rodando por el suelo. Un final acorde con los excesos de una banda completa, magnífica y, sin duda. altamente recomendable. A veces cuesta entender cuán caprichosos son los designios de un éxito que, más pronto que tarde, acabará seguro por señalar al cuarteto como uno de los elegidos. Sólo hacía falta prestar un poco de atención a los comentarios de la mayoría de los allí congregados.

Aún con resaca y el polvo en los zapatos, se impuso el cambio de tercio de Mucho. La formación liderada por Martí Perarnau subió todo su aparataje al escenario mudando el ambiente a un lugar de planteamientos más terrenales, pese a que su ámbito sea el del «rock cósmico». El «azote de la Mancha», como ellos mismos se denominaron, pisaba por primera vez suelo sevillano y eso los traía «algo nerviosos». Además andaban cerrando gira con la consiguiente relajación que suele ir aparejada. Los vimos disfrutar y nos contagiaron con un directo entregado, bailable y con destellos de gran calidad individual.

Con su último trabajo por bandera, El apocalipsis según Mucho, los toledanos sacaron a la palestra una colección de canciones que se mojan, con evidentes tintes de denuncia social. Guiados por el gurú Perarnau dicharachero, cercano y enfundado en una chilaba desteñida a todo color . Se sucedieron «En la base de la montaña», la voz lo fi de «El lustroso alarido» y los decibelios de «Las Plantas» «Motores», dotada ésta última de una estructura contagiosa guiada por el bajo detallista de Miguel. Tras «Corre mi reloj», llegaron «Los hijos del mal», una de las composiciones de su primer trabajo que dedicaron «a nuestros amigos de la troika».

«Sí, somos una banda que solía fumar porros» bromeó Martí que durante la noche alternó guitarra, teclado y labores de frontman plenamente entregado a la causa. Se notan las tablas de los ex Sunday Drivers, que coquetean con varios estilos consiguiendo un sonido marca de la casa. Destacable la labor en teclados, guitarra y lo que se tercie de Fausto Pérez, así como la base segura y contundente del baterista Carlos Pinto. En homenaje a Chimo Bayo y al techno lucieron «La larga risa del emperador» con un extenso final, convertido prácticamente en una jam.

A todo volumen y con la audiencia disfrutando ya sin complejos arrancaron los hits de «Como si no hubiera mañana» y la divertida y profética «Mucho más feliz sin televisión». Tras «Resquemor en la orilla», «un baladón del que Elton Jhon estaría orgulloso», llegó «Grupo revelación» y ese pegadizo «podríais ir todos a la mierda». Con las guitarras en alto de «Sal de la tierra» terminaron empapados de echar el resto en una noche calurosa de la que habían prometido no quejarse. Difícil, por tanto, quedarse con uno de los dos protagonistas de una velada de estilos dispares y en la que el orden de los factores no hubiera alterado el producto. Por más noches como esta de buena música y mucha, mucha furia.

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