29 marzo, 2024
La segunda jornada de la primera edición de Monkey Week en Sevilla. Ni indiferencia ni interferencias

Fotografías por Le Petit Patte y Lorena Lucenilla

Quizá sea la frase más repetida, después de todo. Porque siendo francos, muchos eran los ojos cargados de nostalgia -y escepticismo- que poblaron el entorno de la Alameda. Pero el milagro era real; el mono campaba en Sevilla y tras una primera jornada extenuante en la que sus inicios, encuentros y deseos se truncarían por la mágica improvisación que lo caracteriza, se iniciaba la segunda jornada que vendría a rubricar el éxito de su convocatoria ¿Para qué caer en el debate, entonces? El festival era un rotundo éxito y nos quedaba todo el sábado por delante para celebrarlo.

El mono tocó diana en los bajos de Don Fadrique,  y ya entrados en materia gracias a la Batalla de Bandas organizada por Radio3, The Magic M.O.R. encontraba las condiciones de campo ideales, dejando que el enclave y el sol del mediodía hicieran el resto. Y a merced de su alquimia sónica, que a la postre fue una demostración empírica del porqué hay que seguirles la pista muy de cerca, el ajustado público que se ceñía a los pies de la torre desentumecía la resaca desayunándose un revuelto a lo Flaming Lips con Animal Collective.

Habida cuenta de que los tiempos en el (la) Monkey son ajustados, la cercanía del Espacio Santa Clara con el escenario del CAS permitiría llegar a tiempo para Being Berber. Su puesta escénica es uno de los puntos fuertes de la banda madrileña, ya que su elegancia empasta a la perfección con todo su arsenal electrónico. Y aun reconociendo las diferencias entre Chris, su líder, y Bradford Cox, de Deerhunter, sus parecidos más que razonables en torno al psych rock terminarían por poner las cosas en su sitio.

De hecho, una vuelta por el Escenario Mondo Sonoro trajo consigo encuentros inesperados, donde Flecha Valona ponía sonido al Market y desde donde más de uno se preguntaba si no sería más adecuado encarar, cerveza en mano y al aire libre, lo que aguardaba por la tarde, que no era poca cosa. Así que, tras parada y media en Mano de Santo, los aires de la tarde llamaron a comprobar qué planes se urdían en The Happy Place X.

Quizás para muchos el escenario con más sabor de la programación, la pista de coches de choque fue el espacio más celebrado y no dejó a nadie indiferente. Unas viejas monedas de plástico, una bocina estridente, unas luces de colores (lo pasaré bien) y el decadente aire de una feria en ruinas con toda la electricidad de All la Glory cabalgando sobre el bajo de Fran Pedrosa, para certificar que aquella maravillosa verbena era, efectivamente, el lugar más feliz del mundo.

Pero dejando atrás la estampa de un lugar que debiera ser itinerante, a plena tarde tocaba rendir homenaje a los sitios de costumbre. Diola congregaba en Fun Club a un público que ya se dividía entre Pavvla y Bottlecap, y que decidía que lo mejor a esas horas era una buena dosis de rock matemático a medio camino entre Tortoise y Derribos Arias. Un acierto  teniendo en cuenta  la energía y la presencia de los de Pontevedra, que cargaron contra el sopor de la siesta gracias a su ironía y a una buena dosis de improvisación. Ya en Caja Negra, el concierto de Apartamentos Acapulco terminaría por ser toda una revelación. Nunca es tarde para darle una oportunidad al noise granadino si un cóctel de guitarras y batería incisiva es capaz de elevarte a lo más alto. De modo que, de vuelta a la tierra, más de un escéptico se marcharía de allí replanteándose sus convicciones más firmes sobre el shoegaze o My Bloody Valentine.

Porque aún sería necesario bajar más para descubrir que en los bajos de un hotel, y a un tiro de piedra de una comisaría, se agazapaba el Escenario Jagërmusic. Solo hizo falta desalojar un párking y llamar a los chicos del ciervo naranja para que bandas como Ocellot, Los Bengala o My Expansive Awareness encontraran el sitio perfecto. Estos últimos jugaron en los terrenos limitados por The Doors y The Brian Jonestown Massacre pero se aseguraron- y con buen criterio- de huir de la manida etiqueta neopsicodélica que tan bien le sienta a Tame Impala. De modo que, a merced de sus voces mántricas y un surtidor infinito de Jäger, se encaró una batería de conciertos enérgicos donde la transgresión y el eco atronador de las paredes serían el único credo. Y a gozar. BSN Posse haría lo suyo y cerraría escenario cubriendo la cuota de hip hop electrónico y bailable retrasando la noche hasta que los presentes, exhaustos, salieran a renovar el aire, ver el contoneo de Mariel Mariel en el Escenario Contrabando y acabar de quemar la fiesta con Perro y Juventud Juché en La Calle o la Sala X.

Puede que alguien se pregunte –si todavía está leyendo- qué pasó con los conciertos de The Parrots, DeloreanLee Fields and The Expressions. Su ausencia se debe a que  Monkey Week prepara una programación tan apabullantemente genial que es meramente imposible abarcar su amplio espectro de posibilidades. Conviene saberse los datos para evitar síndromes de Stendhal en ediciones futuras. Por citar algunos, de una edición que emigró de El Puerto de Santa María por motivos de escala quedan más de 8.000 participantes durante las jornadas de viernes y sábado, lo que supone un maravilloso récord de asistencia. Pasando por alto la pesadilla que supone organizar en la parrilla a más de seiscientos profesionales, celebrar más de doscientos conciertos y acreditar a otros tantos periodistas, lo verdaderamente significativo es la forma en que Monkey Week se ha instalado en una ciudad de por sí difícil para este tipo de iniciativas. Pero gracias al apoyo institucional y la experiencia que avala al nutrido grupo de trabajadores del festival, gran parte de los sevillanos puede proclamar, sin temor a equivocarse,  que esta primera edición ha sido un rotundo éxito. De modo que, al margen del gozo que supone vivir durante una semana en la ciudad de la música en un evento de repercusión y calado internacional, lo que ha terminado por colmar de felicidad a los amantes de la música superando con creces sus expectativas, es que el mono ha venido a Sevilla y lo ha hecho  para quedarse. Larga  vida.

(A veces necesito repetirme la última frase para cerciorarme de que es real. The dream is real)

Sevilla. 14 y 15 de octubre de 2016

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