25 abril, 2024
Una noche disfrutona y gamberra a partes iguales

Fotografías por Valentina Ricci Photo

Los catalanes llegaban a Nocturama en Sevilla con importantes bajas pero con el espíritu intacto (y las ganas de juerga por bandera). Dándole forma a aquel siroco que los llevó, allá por 2013, a montar una banda con la única y más que suficiente pretensión de pasarlo realmente bien. Y eso fue precisamente lo que consiguieron el pasado miércoles: configurar una noche disfrutona y gamberra a partes iguales.

Con un solo trabajo en el mercado (Drenad el Sena), Mi Capitán se las apañó para que los 90 minutos del show se nos pasaran en un suspiro. Teniendo en cuenta los dificultosos azares de la profesión musical, la formación ha conseguido hacerse un buen hueco en un espacio de tiempo relativamente corto. Hecho nada sorprendente si atendemos a la obligada calidad de su sonido y a la amplia trayectoria que sus integrantes llevan en la mochila (Standstill, Egon Soda, Love of Lesbian). A lo que se une un frontman que ejerce de anfitrión como pocos. Gonçal Planas pasó la mitad del concierto contoneándose entregado y, la otra, agradeciendo a los asistentes su presencia.

Nos faltó Ricky Faulkner y tampoco estaba Julián Saldarriaga pero a cambio nos encontramos con el gran Charlie Bautista haciendo maravillas con la guitarra. Y una auténtica orgía de cuerdas, rockera y poderosa, en la que desembocaban muchos de los cortes. “Algo inesperado” abrió la veda y “Asalto a la cosa blanca” puso de manifiesto las virtudes nada desdeñables de Planas con la guitarra. Fue él mismo quien nos relató cómo “El coleccionista”, siguiente etapa de la noche, surgió prácticamente sola en el estudio, fruto de la sintonía que reina entre ellos y se advierte palpable sobre el escenario.

Muy a tono con el calor ya pasadas las once de la noche se metieron con “La sed”, pese a que el tema no se refiere precisamente a la escasez de agua, sino a esa “que quema y que arde en la piel”. Empieza lenta, pero adquiere consistencia “El Ciego”, según Gonçal, una canción que a la gente no le agrada pero con la que ellos siempre disfrutan. Y se nota. Se trata de uno de las pistas más lentas de Mi Capitán que, invariablemente y para nuestro regocijo, desemboca de nuevo en guitarreo apoteósico.“Por fin soy Robert Plant”, bromea al terminar.

Sinuosa se sucede la irreverente “Yo, bitch” y el poso pícaro que deja le da pie para hablar sobre la creación del conjunto, que surgió a raíz (ironía mode on) de “una mariconada de puta madre” . Se refiere a “Es suave la voz”. Los coros del público refrendan que, además de ser tremendamente pegadiza, se trata de uno de los puntos fuertes de la velada. Composición con sabor que va tomando cuerpo y se solapa con el toque electrónico de “Sin mirar atrás/Puerto Banús”, enmarcada por los susurros sucios de Planas en low fi, “sometamos o matemos”.

Llegados a una rabiosa “Millones de palabras”, la sintonía del grupo es viral. La sesión de rock vuelve con todo el sabor de tres guitarras rugiendo a un tiempo y un sonido redondo de la banda al completo. Tras la demostración y aún encima de la montaña rusa, nos programan lo que queda. “El tiempo de pedir una cerveza y volvemos”. La sorpresa llegó de la mano de Calamaro y tomó forma con una versión de la archiconocida “Alta suciedad”.

Como final obligado (“¡¡lo siento, no tenemos más canciones!!”) llega “Acaba con él”. Perfecto ejemplo de la filosofía canallesca de una banda con un directo potente y sin aspavientos que se queda pegado en los oídos. Que busca el goce y ofrece a cambio sonido potente. Porque en el escenario, como en la vida, lo único que importa es disfrutar. Y en eso puso su empeño, justo después, Toni Love, dejando salir de su mesa lo mejorcito del rock and roll más bailable. Los que no madrugaban al día siguiente ( y algunos que sí) dicen que era imposible mantener quietos los pies. Pues eso. A vivir, que son dos días.

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