24 abril, 2024
La zarzuela es lo más parecido que tenemos a un musical castizo, y ahora vuelve con más fuerza que nunca gracias a las nuevas generaciones que recogen el relevo.

Teatro Lope de Vega, 14 de junio de 2016

Fotografías de Millán Herce

La zarzuela es lo más parecido que tenemos a un musical castizo, y ahora vuelve con más fuerza que nunca gracias a las nuevas generaciones que recogen el relevo.

Hacía al menos veinte años que no se representaba una zarzuela en el emblemático Teatro Lope de Vega. Este tipo de musical sui generis – heredero de la ópera italiana – alcanzó su auge en el siglo XIX, y experimenta ahora un auténtico revival. Se multiplican las producciones por toda España, y el público tiene la oportunidad de revivir en directo (o descubrir en muchos casos) este tipo de obras que vuelven a los escenarios gracias a la labor artística, de investigación (e incluso de recuperación de patrimonio) que llevan a cabo asociaciones como el Proyecto Socio-Cultural de la Compañía Sevilla de Zarzuela. Una agrupación de músicos y cantantes impulsados por el entusiasmo incombustible de Javier Sánchez-Rivas, que ha conseguido en poco más de siete años arrastrar a su cruzada al ayuntamiento y a todo tipo de instituciones públicas y privadas para devolver a la zarzuela su grandeza de antaño.

En este tiempo desde su fundación, han montado y representado una decena de obras, culminando el pasado martes con la popular “Luisa Fernanda”, considerada una de las mejores del género, y que tuvimos la oportunidad de disfrutar en un marco incomparable. Hay que destacar que la mayoría de los integrantes de la compañía, tanto músicos como coro y solistas, tienen menos de treinta años. Toda una nueva generación de artistas que toman ahora las riendas para conservar este legado cultural tan nuestro y de un valor incalculable.

La orquesta titular está formada por jóvenes músicos profesionales dirigidos por Elena Martínez, que dieron la talla en todo momento y estuvieron a la altura de una partitura tan exigente como esta, compuesta por Federico Moreno Torroba en 1932. Aparte de bellas melodías y temas memorables, el libreto está impregnado de un trasfondo político y revolucionario, y esto se traslada también a la música, con abundantes referencias a marchas y cierto sabor militar.

El teatro estaba lleno hasta la bandera, predominando las personas mayores que acudieron a esta cita empujados por la nostalgia de algo tan tremendamente popular en su época; pero tampoco faltaron gran cantidad de jóvenes que quizás vivieron esta experiencia por primera vez.

Tras una enérgica intro, dio comienzo la entretenida presentación de los personajes principales, empezando por Doña Mariana, a la que daba vida la soprano Marta García Morales, y que tuvo ocasión de demostrar su desparpajo y potencia vocal desde el principio, tanto cantando como recitando. Y es que el peso de la trama recae en las partes habladas, por lo que es necesario poseer además de una buena voz, dotes actorales para hacer creíble cada papel, algo que consiguieron todos con creces.

La joven Diana Larios encarnó a Luisa Fernanda, un rol de chica ingenua que experimenta un auténtico crescendo, cobrando cada vez más importancia en la trama, y cuyas intervenciones fueron todo un ejemplo de lirismo, con una voz muy clara y definida. El coronel Javier Moreno fue brillantemente interpretado por el veterano tenor Luis Alberto Giner, que construyó su personaje con gallardía y empaque inundando el teatro en cada una de sus escenas. Ricardo Llamas, en la piel del enamorado Vidal Hernando, rivalizaba por el corazón de la protagonista, y brilló con luz propia sobre todo en los dúos con su registro grave, y en la decisiva pieza “Luche la fe por el triunfo”, que dejó al respetable con muy buen sabor de boca. Completaba el reparto Carmen Jiménez  como la manipuladora condesa, que aunque se antojaba un papel pequeño para sus dotes, lo bordó acompañando con elegancia y soltura al resto del elenco. El propio Javier Sánchez-Rivas como un carismático Don Florito, y Alejandro Rull como el jovial Aníbal, pusieron la necesaria guinda humorística.

Esta historia de amor entretejida con la trama política ambientada en los últimos años del reinado de Isabel II, está plagada de abundantes temas románticos, llenos de variedad y riqueza melódica, como “Caballero de alto plumero”, emblemático duelo lírico que fue ampliamente tarareado, o la colorida y famosa “mazurca de las sombrillas”, que fue uno de los puntos álgidos, donde resaltaba la brillante puesta en escena y el vestuario de época, que unido a los decorados pintados a mano, formaban auténticos bodegones pictóricos ante nuestros ojos.

No podemos olvidarnos del coro, equilibrada mezcla de voces de gran calidad en su conjunto. Se podía apreciar el duro trabajo que hay detrás, y aparte, eran pieza clave en algunas escenas. No contentos con aportar fuerza y variedad tímbrica, se integraban en la historia actuando como creíbles extras cuando la coreografía se lo permitía, gesticulando y cuchicheando entre ellos.

Sin duda una obra muy disfrutable, que recupera la garra, picardía y frescura del original, con una historia que no pasa de moda, no exenta de crítica sutil contra la diferencia de clases y el levantamiento contra el poder impuesto.

Al finalizar la función, Javier Sánchez hizo entrega a distintas personalidades de placas conmemorativas, y nos advirtió que pretende convertir a Sevilla en la Capital Mundial de la zarzuela. Si siguen a este paso y con este nivel, estamos seguros que conseguirán todo lo que se propongan; así que no se extrañen si en un futuro no muy lejano se vuelven a poner de moda los paseos a la sombra de una sombrilla de encaje y seda, y ven a un chico susurrándole a su pareja: “Abra usté el quitasol, para que no se muera de celos el sol.”

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