24 abril, 2024
El catalán conserva intactas su voz, su energía y el cariño de un público entregado

Fotografías por Mr. Hipérbole

Sorprendía acceder al Auditorio Rocío Jurado, en uno de estos largos atardeceres preveraniegos, y hallar un escenario trufado de plantas mecidas al sol. Palmeras, ficus, o enredaderas trepaban a su antojo por el andamiaje como si de una revolución vegetal se tratase. Aunque, si uno lo piensa bien, Manolo García ha sido siempre fiel a la naturaleza en general, tanto a la de hoja verde -hay múltiples referencias en su extensa discografía- como a la suya propia. Y eso es de agradecer.

Puede que sea uno de los motivos que expliquen por qué se colgó el «no hay billetes» el pasado sábado 28 en Sevilla, hasta donde llegó con la gira Todo es ahora. Otra de las razones para tanto fervor se desveló a los pocos minutos de comenzar el show. Y es que Manolo García, a sus sesenta años, sigue siendo Manolo García. Desatendiendo la perogrullada inicial, la afirmación tiene su enjundia. Hemos contemplado el declive, los desvaríos o la desorientación de algún que otro exitoso músico de su generación. Conseguir un cliente es difícil pero lo realmente complicado es que vuelva. El que fue líder de El Último de la Fila ha sabido labrar una carrera coherente y fértil al margen de épocas pasadas, logrando un puesto más que acomodado en la historia de la música patria.

Si el rey emérito se apropió del adjetivo «campechano», Manolo puede quedarse con el de «incombustible». Tres horas de concierto divididas en dos porciones en las que hubo de todo. Comenzando con un vídeo acerca de las desventuras de un huevo (de gallina, se entiende) hasta el final apoteósico con un García saltando desde una de las (precarias) barras al público que lo sostuvo, manteó y devolvió a su punto de partida. ¿Habíamos dicho ya que son 60 las primaveras que lo alumbran? Nadie lo diría. Desde la «Canción del solitario que se reconcilió con el mundo» hasta «San Fernando, un ratito a pie y otro caminando», el catalán plantó incansable su simiente en el campo de nuestros recuerdos.

El inicio de la velada ya anticipaba que el espectáculo no se andaría con medias tintas. Tras los silbidos y reclamos por parte del público, Manolo apareció en escena para la primera parte con una banda impecable: los músicos de la escena neoyorquina con los que ha grabado su último disco. Es decir, Earl Slick y Gerry Leonard a las guitarras, Zachary Alford a la batería y Jack Daley al bajo, con los que firmaba en Sevilla el último show conjunto de la gira. Y, como a quien buen árbol se arrima, la sombra de una excelente instrumentación acompañó y elevó una presentación vibrante con cortes como «Un alma de papel», «Esta noche he soñado con David Bowie» o «Un giro teatral».

Porque, de una forma u otra, todos hemos canturreado alguna vez aquello de «Prefiero el trapecio» o «Pájaros de barro» y también lo hicimos el sábado. Canciones que dejaron un surco grabado en la memoria, vinculado con recuerdos ahora amables. Una especie de banda sonora de «Aquellos maravillosos años». Con Manolo al fin sedente y un nuevo conjunto sobre las tablas -el de siempre- arrancó ese segundo round luciendo cajón flamenco «En el batir de los mares». Incluyó en él clásicos agradecidos como «Zapatero», «Nunca el tiempo es perdido»o «Somos levedad», dentro del repaso a sus tres primeros discos en solitario. Barra libre de nostalgia en ésta su vuelta a los grandes escenarios. Tiento a tiempos pasados de dulces contornos.

«Esto es magia», repetía el cantante mientras recibía de la audiencia la misma entrega que mostraba. Pura empatía la de un músico que también abogó por la investigación de enfermedades raras y la atención a la discapacidad. Mientras las 8.000 almas allí congregadas disfrutaban, cantabas y se agolpaban en la pista, él recorría el escenario de lado a lado, parándose a ratos en esa postura característica, con un pie adelantado y la mano libre en alto. Presumiendo de una voz que luce como conservada en manteca y unas formas que, dándole la vuelta al reloj de arena del tiempo, han sabido persistir ante modas y estilos importados.

Como anécdotas, una operadora de cámara embutida en un mono negro que se contorsionaba y grababa al tiempo (?). También las imágenes ficticias pinchadas en la pantalla gigante durante el intermedio con personajes amarcianados (que, evidentemente, no estaban entre el público) y alguno que otro -que sí que estaba- y que aprovechó para hacer una kiss cam a lo NBA. Una velada, en cualquier caso, proclive al gozo y a la morriña, a partes iguales. El espíritu, amigos, no envejece. La cosecha de Manolo García sigue dando buenos frutos y su música, como el vino, el queso o la amistad sincera, gana con los años.

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