28 marzo, 2024
Esta orgía colectiva de emociones, apta para todos los públicos, resultó tan liberadora como gritarle a un jefe en la cara
Abraham Boba

Fotografías por Mr. Hipérbole

Sabíamos a lo que íbamos. Rabia, adrenalina y sangre agolpándose en las sienes. Los leones se han mostrado siempre indómitos en el cara a cara y su parada el pasado viernes en el Teatro Central de Sevilla sólo sirvió para reafirmar esa naturaleza salvaje. La presentación de 2 nos dejó felices, sudados y exhaustos, igual que algunas actividades que no suelen realizarse en público. Esta orgía colectiva de emociones, apta para todos los públicos, resultó tan liberadora como gritarle a un jefe en la cara. Sólo que sin consecuencias (más allá de la afonía).

Cuando «Tipo D» empezó a retumbar entre las paredes de la Sala A, despojada de gradas y sumida en la oscuridad, Abraham Boba ya apenas guardaba las formas. Contagiado de la ira soterrada que subyace en la mayoría de sus temas, aporreaba con ansia el pad armado con una baqueta. No cesó en la hora y media que estuvieron sobre las tablas. Paseó con aires aristocráticos, saltó por todo el escenario, se desgañitó desde el foso y tiró algún que otro trasto por el camino. En resumen, ejerció como transmisor directo del ímpetu y la fuerza de una banda que luce en el directo su lado más salvaje.

Prosiguieron el recorrido con «California» y «La Ribera», donde un público quizás demasiado expectante comenzó por fin a corear aquello de «esto y esto se vende», adornado por los precisos riffs de guitarra de Luis. Viró entonces la banda hacia lugares comunes con una batería de cortes de su primer trabajo, apuesta segura cuando de apoyo popular se trata. De «Ánimo Valiente» pasamos a «Estado Provisional», y «Década», para terminar, con el pulgar hacia abajo, clamando como vasallos feudales por la muerte agónica del «Rey Ricardo».

Los ánimos se aplacaron cuando llegó el momento de las «baladas», tal y como anunciaron. El eterno divagar de «La vida errando» y «Nuevas tierras» estableció un punto de inflexión del que salieron aún más fortalecidos. La demente «Gloria» generó oleadas de movimientos espasmódicos prescritos por una formación entregada a su propia sangre caliente. La batería de César Verdú a punto de desmontarse. El bajo de Eduardo Baos agitado en las manos de su dueño. «Celebración – Siempre hacia delante» mostró una faceta más interesante en vivo que en el disco. Y, entre tanto, Abraham en éxtasis perpetuo, continuaba sus idas y venidas, recurriendo al teclado como única ancla y alistando al público en aras de su revolución.

Al ritmo trotón de «Todos contra todos», con la sala ya incandescente, León Benavente amagó y consumó su retirada. Aunque el regreso de la formación trajo consigo el momento más singular de la velada. El comienzo ambiental de «Habitación 615» nos retrató a Boba de espaldas, enfrentado a la gran lona que, al fondo del escenario, presidía la escenografía recreando la portada de su último trabajo.

Ese pequeño gran hombre dibujando una sombra teatral recitó con rabia la experiencia, aupado por una banda entregada que, en ocasiones, pareció «de metal». Acabó por los suelos Abraham en una de las mejores interpretaciones de la noche. Puro nervio recreando el periplo autobiográfico de una banda cuya calidad es ya incuestionable.

Los fuegos artificiales corrieron a cargo de «Aún no ha salido el sol» y, como no, la imprescindible «Ser brigada», de la que todos estamos enamorados desde que nos susurró aquello de «contaré hasta 3». Cuando llegó el final, las pulsaciones aún andaban revolucionadas y el cuerpo en llamas pedía, aunque no fuera un consuelo, aire y cerveza. La tea en que convirtieron el Teatro Central dejó más brasas que cenizas. Y a nosotros, deseando avivar el fuego en un próximo encuentro.

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