26 abril, 2024
El tirón y las tablas de este super grupo abarrotaron la Sala X el pasado sábado

Fotografías por Le Petit Patte

Cuando el concierto se comporta como un espectáculo vibrante, magnético y, encima, suena bien, a uno no le queda otra que disfrutarlo. Y participar, claro. Porque, como oyente crítico, el buenhacer de Corizonas permitió descargar la escopeta y deleitarse con una banda que es mucho más que la unión de otras dos. Y la Sala X hasta los topes se encargó de confirmar esta premisa. La gente había visto el percal y no quería perdérselo. Mientras aún hacíamos cola fuera, los primeros sones de «La cuerda que nos dan» y «The Falcon Sleeps Tonight» llegaban como cantos de sirena a través de las puertas abatibles.

Y dentro, sudor, cerveza y rock and roll. Javier Vielba ejercía de maestro de ceremonias cuando escuchamos la reconocible trompeta de Yevhen Riechkalov en «Las paredes bailan», el segundo de los temas que sonó de Nueva Dimensión Vital. Un álbum que se muestra rotundo en directo. Sonidos más ligeros, más luminosos, que a veces coquetean con el pop y se lo llevan a casa -véase «Luces Azules» o «Yo quiero ser yo»-. No obstante, no se dejen engañar, Corizonas sigue sonando a Corizonas y continúa destilando rock en cada acorde. Díganselo a las cuatro guitarras que presidían el escenario.

¡Viva el Sabath negro!- gritó Javier; -¡Viva!- aullaron las cientos de bocas presentes mientras confirmábamos que la cabra tira al monte y sonaba una versión de «Supernaut». «Hey, hey hey. The news today» añadió el toque más folk antes de que la revisión de «Wish you where here» nos pusiera a todos a cantar. La super banda bajó revoluciones con «Místicos en éxtasis», «Vivir y no pensar» y «Trabalenguas», cuyo final volvió a encender los ánimos.

Mientras tanto, Roberto Lozano aporreaba al fondo tenaz y feliz su sólida batería cerca de uno de los mejores bajos de este país, Javier VacasDavid Krahe presumía de habilidades y corazón con la eléctrica, sin desmerecer a Rubén Marrón ni a Fernando Pardo que, a la derecha de nuestra visión, ejercían incansables como lo que son. Grandes músicos haciendo su trabajo para que el resultado fuese superior a la suma de las partes. Y para que lo pasáramos de puta madre, por qué no decirlo.

Vielba y su camiseta, en la que podía leerse: «Big brother is watching you», amenazaron con marcharse en pleno éxtasis. «Siguiendo la liturgia del rock», bromeó. La manifiesta oposición del público fue apaciguada gracias a una trepidante «Run to the woods» aunque con «I wanna believe» desaparecieron del escenario entre aplausos. La vuelta y el cierre estuvieron a la altura con dos de los temas que más suenan a hit del nuevo disco: «Malditos refranes» y «Todo va bien». Y como lo bueno, que ni siquiera ya era breve, tenía que terminar, su versión de «Piangi con me», del grupo británico The Rokes, se anotó tres puntos de estilo.

Nos hicieron repetir «Always look on the bright side of life» como un mantra cómico mientras decían adiós de forma definitiva. El nombre de su último LP no puede ser más acertado ya que la banda se encuentra, efectivamente, en una «nueva dimensión vital» que el resto de los mortales nos dedicamos a contemplar con arrobo.

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