16 abril, 2024
Se presentaron como animales domésticos pero ahora mutan en buitres negros, de los que están en peligro de extinción por estos lares. 

 

Fotografía por Valentina Ricci Photo

Ya avisaron con «Buitres», el single adelanto de este primer álbum homónimo, de su mutación. De cánidos semi domésticos a seres alados con apetito carnívoro y pocos escrúpulos. Recaeríamos en frases manidas si decimos que, con su largo debut, los chicos de El Imperio del Perro han puesto toda la carne en el asador y, tras el banquete, han dejado el plato limpio. El problema es que, pese al tópico, ambas son ciertas. La escucha del disco al completo solo refuerza la advertencia inicial e invita a contagiarse de la sed de sangre de esta prometedora banda sevillana. Visitando sonoridades menos ásperas, la formación no pierde su espíritu de rock and roll estentóreo y frenético, incitándonos a afilar los cuchillos para disfrutar de las entrañas de su directo.

Tras un primer EP con excelente acogida, al festín de los 12 platos se sientan enseñando los dientes y dejando las cosas claras. «Caras de poker (y) líneas de cocaína» coexisten en «No me jodas», composición que abre el disco con baquetas incesantes y pocos pelos en la lengua. «Yo soy un perro, tu eres un cerdo«, aseguran. Empezamos bien. Va ser complicado que no paséis un rato canturreando el segundo plato:«22 buitres, 22 buitres». Una vez que se engancha a la yugular, ya no suelta y es que la fórmula funciona bien, convirtiendo al corte en una demostración trepidante de energía con los toques precisos de guitarra.

La evolución del cuarteto ha traído consigo una nueva capa de plumaje colorido pero intenciones nada limpias. Con el alma de un predicador comienza Diego la declamación de «Ácido, Polvos o Cristal», una de las pistas más llamativas y oscuras, en forma y contenido, que promete hacer caer a más de uno. No, no es una metáfora. Hablamos de mierda de la buena. Bases furiosas que pronostican la misma decadencia que reflejan sus letras.

La rara avis del álbum se llama «Interludio» y revela un registro tan íntimo que obliga a comprobar que pertenece a la misma banda que escuchábamos al principio. De forma casera y en acústico, el Imperio demuestra que no todo es ruido y rock and roll en la manada y hasta el más pintado tiene su corazoncito. «24» se mueve en la misma línea, en un apartado más suave a lo que nos tienen acostumbrados y con el añadido de unos coros que endulzan el trago de las vicisitudes del amor.

«Sal de aquí» arranca con un perfil más bajo y es que, cuando la formación reduce revoluciones, cuesta encajarla. No obstante, la segunda mitad de la canción gana enteros llevada por una instrumentación rotunda y necesaria. Justo al contrario sucede con «La gran huida», que promete ya desde los primeros compases («La zanja más profunda/ fue la que clavaste en el iris de tus ojos«). En su desarrollo luce una bipolaridad tóxica que la lleva a enrolarse en bucles eléctricos para caer de nuevo en apartados más pop, patrimonio de sus estribillos en los que, pese a todo, sigue brillando indómita la eléctrica de Javier Casanueva. De la misma cuerda es la sangrienta «La Fiebre de las Cabañas». Un inicio brillante que desliza a su protagonista al bode de la locura y podría servir de banda sonora a cualquier film de terror de serie B.

Todo un detalle que los sevillanos hagan hueco en su estreno para el barrio del que proceden «San Julián», y al que suelen aludir siempre en sus directos. Sentencias enroladas en riffs de guitarra en los que la voz de Diego va desgranando en segundo plano sus motivos, con un final instrumental atronador. Un redoble da comienzo al «Circo», que dibuja una escena un tanto siniestra con otro estribillo pegajoso («Qué sacarías de mi/si solo soy huesos») y una estructura melódica bien conseguida.

Dejamos para el final los dos temas del EP salvados de la quema y que ya se han convertido en imprescindibles. «Blanco Roto» y «Os odio a todos (Humano)» son casi himnos para todos los que hemos tenido oportunidad de disfrutarlos en directo. Garantía de brazos en alto, coros y bailes ad libitum. 

Llegados al postre, imposible cerrar este análisis obviando la acertada línea gráfica que presenta el álbum, obra de Ezequiel Barranco. Sin perder de vista las referencias estéticas del anterior corto pero dando un salto cualitativo (echad un ojo a los pictogramas de la contraportada) que hace al disco aún más atractivo si cabe. Dicho lo anterior, la mesa ya está puesta. Con las servilletas colocadas alrededor del cuello y sin necesidad de cubiertos, estamos ansiosos por abrir en canal e hincarle el diente a las vísceras de una banda que trae carne fresca sin fecha de caducidad.

 

 

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