29 marzo, 2024
Cazadora de ante con flecos y taburete arrimado al histórico Hammond. La escena podría haber estado ambientada en cualquier garito oscuro de cualquier ciudad sudorosa al otro lado del Misisipi. Sin embargo, fue en la Sala X de Sevilla donde Maeso nos hizo mudar tiempo y lugar.

13/02/2015

Fotografías Elena Gato

Cazadora de ante con flecos y taburete arrimado al histórico Hammond. La escena podría haber estado ambientada en cualquier garito oscuro de cualquier ciudad sudorosa al otro lado del Misisipi. Sin embargo, fue en la Sala X de Sevilla donde Maeso nos hizo mudar tiempo y lugar. A un instante pasado y lejano repleto de sonidos clásicos americanos, elegantes, honestos. En ellos, Julián es el motor engrasado de un Mustang del 67, un muscle car que suena potente, quema rueda y levanta una estela al paso. Presentando su nuevo trabajo, One way ticket to Saturn, el músico impartió lecciones variadas de rock, soul y folk a un público rendido de antemano a la evidencia.

Si uno viniera de allí, de Saturno, y nunca hubiera escuchado hablar de Maeso, repararía instantáneamente en que estamos ante un talento con mayúsculas. Entregado al piano, con el que se fusiona a veces como si fuera una extensión de sí mismo, no deja nada a la casualidad: da indicaciones a los músicos, controla las revoluciones y mide cada detalle. No duda en saltar del escenario al control de sonido porque no se escucha en monitores. Pese a las adversidades, (más patentes para él que para nosotros) su voz se oyó y se sintió pura y potente en las casi dos horas de show.

Disfrutamos de ella en a través de la ligera “I must have been dreaming”, construida sobre el riff de la guitarra de Pere Mallen, preciso copiloto del toledano en esta road movie de factura sureña. También hubo tiempo para algún tema de su anterior y primer trabajo en solitario, Dreams are gone, como “It´s been a hard day”. Cuando al terminar éste se despoja de la chaqueta y da las buenas noches, asumimos que entraremos en materia. Continuaron las exhibiciones y el virtuosismo en “Someday maybe someday” y ”Leave it in time”, donde destaca la presencia de un soberbio Gonzalo Maestre con las baquetas.

Y si con el teclado es prodigioso, cuando Maeso se hace con la guitarra le dan ganas a uno de no acercarse jamás a un instrumento. Lo escuchamos en una versión coreada de “Wild horses” de Rolling Stones, que puso la nota nostálgica entre un público con el que cruzaba miradas cómplices. También medios tiempos y voz de alma negra susurrada trajo “Get ready, get strong”. Aunque no fue hasta la mitad del show cuando Julián empezó a relajarse y disfrutar. Brindó con el público y nos obsequió con un duelo a las cuerdas con Mallen en el funk setentero de “One way ticket to Saturn”, tema reluciente en el directo pese a obviar los coros góspel que lo vertebran en el disco al que da nombre.

Entregada la sala al ligero y cálido soul de otra versión, ésta de Sam Cooke, “A change is gonna come”, siguió entretenida el viaje con “We can´t keep on waiting for good times to come”. La banda rueda engrasada en una instrumentación contagiosa, a ratos casi eléctrica, en la que todo está en su lugar. Paco Cerezo ejerce imperturbable al bajo y genera la autopista perfecta para un músico con equipaje y kilómetros a la espalda. Son esos momentos en los que Julián araña las teclas con los ojos cerrados y uno se lamenta de que el reconocimiento sea, a menudo, injusto (y puede que también sordo). Tras el primer intento de retirada, la noche remata acertadamente con un cover de Steely Dan , “Do it again”, que le puso palabras al pensamiento generalizado que acompañó a la ovación final. Regresa, Julián, regresa y hazlo de nuevo. Pronto, añadimos nosotros.

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