26 abril, 2024
Esto no ha sido un concierto, propiamente dicho, esto ha sido un producto de la industria musical. Un producto bien pensado, elaborado y cuidado hasta el mínimo detalle, eso no se lo quita nadie, pero al fin y al cabo, un producto.

Fibes 9/03/2015

Fotografías por Esperanza Mar

Ir a ver a uno de los grandes en la escena musical española como es el señor Joaquín Sabina siempre es un placer. Para el público en general y para cualquier periodista que tenga la difícil tarea de narrar lo que trasmite este caballero en directo.

Notareis por mis palabras que mi alusión hacia D. Joaquín Sabina es desde la más correcta y respetuosa de las maneras. Por un lado, por la indiscutible carrera musical que lleva a sus espaldas, por otro por su magnética presencia de alguien que viene de vuelta de muchas cosas y de quien se sabe imberbe en otras tantas, pero sobre todo porque ya no estamos hablando de aquel crápula de vida dudosa y miradas de recelo por aquellos que te miran por encima del hombro. Ahora hablamos de todo un señor y eso, evidentemente, se nota en sus conciertos.

Recuerdo haberlo visto de chico. Claro que en aquel entonces yo apenas tenía idea de música y me dejaba guiar por mis padres, grandes aficionados que tenían un bar de música en directo y que no se perdían a ninguno de los grandes cuando el azar los traía por Sevilla. Lo redescubrí en la adolescencia y ya en la Universidad sus poesías musicales me cautivaron por completo. He de reconocer que me sabía gran parte de su repertorio de memoria. Pero la vida laboral y demás cosas, que todos sabemos, me alejaron del suave contoneo de sus imperfecciones narradas y su instrumentación sin hogar.

Así que cuando este año vi que volvía a Sevilla para presentar su último trabajo 500 noches para una crisis no me lo pensé dos veces y aquí estamos.

Lo primero que he de decir es que como ha quedado claro, me considero un amante de su música, de su manera de escribir y de adornar las palabras más crudas con una bella instrumentación, así que este escrito es sólo la impresión que me llevé aquel día de ese concierto en concreto, y quizás no sea lo común…aunque me temo que si.

La noche empezó con puntualidad inglesa a las 9:02 minutos. La puesta en escena cuidada pero sobria, lo que aun sin saberlo sería el detonante común durante toda la noche. El tema elegido para abrir el show fue “Ahora que…”, curiosamente el primero de su último trabajo también. Vale que su disco sea en directo, vale que sea un recopilatorio de algunas de sus mejores obras, pero los que asistimos a un concierto no queremos escuchar un disco, queremos escuchar a nuestro artista favorito hablándonos directamente a nosotros. Y por favor, que lo que nos diga no sea exactamente lo mismo que lo que les dice a lo demás.

Pues bien, aquí está el primer y gran pero de la noche. Uno por uno, los temas se fueron sucediendo exactamente igual que en el disco, sin apenas cambios.

Un Auditorio hasta la bandera (3500 personas) y con las entradas vendidas desde hace meses se merecía un poco más. Además nos han dicho que las del miércoles también se han vendido todas, así que nada menos que 7000 personas en dos días verán exactamente el mismo producto que verán en Valladolid, Tarragona o Alicante. Suelen decir que cada concierto es único, pues bien, aquí no se cumplió.

Traje verde de chaqueta y bombín negro. Sobre el escenario 6 músicos sobre unos pedestales cuadrados y al fondo una pantalla multimedia por donde se suceden escenas del propio concierto y pinturas realizadas por el mismo Sabina en sus cuadernos de gira.

No me pondré a enumerar los temas que se suceden ya que como he dicho os lo podréis encontrar casi en el mismo orden en su recién estrenado disco. Lo que si diré será que como no podía ser de otra manera el sonido y la producción está tremendamente cuidado. Suena tan, tan bien que si no fuera porque lo vemos con nuestros propios ojos, y  porque en contadas ocasiones alguno de sus músicos se envalentona y rompe un poco el molde deliberadamente cuadriculado, creeríamos que es un disco lo que suena.

El tono íntimo del concierto llega de la mano de una bandurria en el tema “De purísima y oro”, donde él sólo se enfrenta sin miedo y con empaque a todo un auditorio expectante y entusiasmado, dicho sea de paso. Porque otra cosa quizás no, pero el público hoy asistente está completamente rendido a su persona. Cualquier gesto, cualquier ademán hacia los presentes, cualquier guiño entre los propios músicos es coreado con gritos y aplausos sin medida.

Las presentaciones de sus músicos ha cambiado un poco desde aquel 2010 y su gira “Vinagre y rosas”, aunque la banda sigue siendo la misma: Pedro Barceló, Antonio García de Diego, Josemi Sagaste, Mara Barros (por cierto, tremenda voz que tiene esta mujer), Pancho Varona y Jaime Asúa.

El concierto continúa con “Noches de boda / Y nos dieron las diez”, tema con el que se termina la primera parte del espectáculo. Unos escasos minutos de receso y de nuevo en el escenario. Sin embargo, es sólo Pancho Varona el que se hace presente y nos sorprende con una versión fiel al original pero con cierta chulería dulcificada de “Conductores Suicidas”. Seguida de “La canción de las noches perdidas” interpretada por Mara Barros, que aunque pretende ser sensual y provocador, la verdad que transmite la sensación de ser algo postizo, premeditado y tan medido que resulta hasta cómico.

Al más puro estilo Adelita Domingo, es decir, a voz y a piano, Mara se arranca con “Y sin embargo Te quiero”, que aun siendo bastante recurrente en sus conciertos desde hace años no deja de ser preciosa. A decir verdad es la primera vez en todo el concierto que se me eriza la piel al ver las lágrimas en los ojos de Mara.

Le ha costado a la gente 2 horas levantarse de sus asientos  y “Princesa” es el tema encargado de dejar al pabellón por todo lo alto gracias a una leve intención de los músicos de moverse de sus púlpitos, lo que da rienda suelta al personal para levantarse , aplaudir y por fin interaccionar con los músicos. Lo estábamos deseando.

El feedback se ha hecho de rogar y es más abrumador hacia el escenario que desde él pero no le pidamos peras al olmo. Tras otra leve pausa Antonio García, con guitarra acústica, se arranca con “Tan joven y tan viejo”.

En la estrofa de “cada noche me invento” vuelve a aparecer el señor Sabina esta vez con chaqué negro. Cuando un artista de esta talla mete chascarrillos del estilo de “trianera mía”, “Cristo del Cachorro” y cosas así, siempre me da por pensar si en otros lugares de España dirá “Payesa mía” o “fallera mía”. La verdad, no creo que sea necesario que un artista de su calibre diga cosas así para meterse o mejor dicho, situarse en un lugar de la geografía española. Suena superficial, fútil y forzado.

Pastillas para no soñar” y “La canción de los (buenos) borrachos” da por terminada una velada que si bien ha sido deliciosa en cuanto al sonido y, todo hay que decirlo, la interpretación, me ha dejado un extraño sabor de boca.

Esto no ha sido un concierto, propiamente dicho, esto ha sido un producto de la industria musical. Un producto bien pensado, elaborado y cuidado hasta el mínimo detalle, eso no se lo quita nadie, pero al fin y al cabo, un producto.

Permitiéndome el lujo de variar un poco una de sus más conocidas letras “Cuando el amor no muere, mata” yo diría que para mi hoy ha sido un “Cuando el amor no mata… muere”.

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