29 marzo, 2024
Javier Ruibal nos deleitó la tarde del domingo en el Espacio Turina con sonidos venidos de las rasgadas y templadas mareas del alma, quizás donde la profundidad del mar y el arena del desierto se funden en sensaciones.

La tarde del domingo era silenciosa, Sevilla se había llenado de espectáculos y conciertos el fin de semana y nada hacía presagiar nuestra llegada al Espacio Turina, donde la expresión del rostro de los que iban a entrar manifestaba deseo, Javier Ruibal iba a tocar. Su participación en el I Ciclo de Canción de Autores 2019, se hacía esperar, él iba a poner un broche de oro a uno de los tres maravillosos conciertos.

Como un amante espera la entrada de la poesía, el público que llenó el teatro, ansiaba su aparición es escena. Y no es para menos, Javier Ruibal tiene muchos seguidores que lo adoran. Desde que su ciudad el Puerto Santa María lo viera nacer, muchos se han hecho eco de su trayectoria musical que arranca en los años 80, con su primer disco Duna (1983) con un sello personal y una voz rasgada lo convirtieron en un cantautor único. A este le siguieron otros trabajos como Cuerpo Celeste (1986), La piel de Sara (1989), en 1994 Pensión Triana,  en 1997 Contrabando, Las damas primero (2001), Lo que me dice tu boca (2005), Quédate conmigo (2013), y este último que ha producido él personalmente, Paraisos Mejores (2018). Toda esta experiencia musical y el reconocimiento le han permitido ir de gira por todo el mundo, cruzando continentes marcados por la rosa del viento, un viento que parece ir en su favor, a juzgar por lo que vivimos.

Cierto nerviosismo se respira en el ambiente, “hay ganas”, escucho detrás.

Las luces se apagan y el escenario con iluminación cenital, capta la atención, Javier Ruibal con una camisa oscura de cuello mao y su guitarra en mano, se sienta y comienza dirigiéndose al público como suele hacer. Canta a la gente y habla con ella como si estuviéramos sentados en torno a una mesa tomando unos vinos. Sus ideas, sus pensamientos, sus viajes personales y sus experiencias más inmediatas son el discurso cuando no hay música, porque así se manifiesta un poeta y librepensador.

Su viaje musical comienza con la canción “En los confines de Orión” y navegando se sumerge en “Un sinmorir día a día”, recorre los espacios en solitario hasta conocer a “La reina de África”. Si, Ruibal diseña sus pentagramas y nos transporta en una línea imaginaria de sensaciones, de descubrimientos, sonidos, colores, imágenes que perfilan nuestro alma deslizándonos como una nota musical. La luz de la tarde se visualiza escuchándolo, el mar se huele y sientes como si te inundara su compañía. Hay algo embriagador, cautivador en su forma de cantar y la mezcla que consigue con músicas llegadas de las raíces flamencas de nuestros ancestros, los acordes de  la música sefardí, los ritmos de marruecos, la melancolía de las nanas, el jazz y el rock primigenio, conforman una experiencia que interfiere en el ser, no tiene barreras.

Javier Ruibal es dulce y reivindicativo a la vez, y por eso se nutre a veces de autores de la Generación del 27, como Rafael Alberti o Federico García Lorca, como es en este caso cuando canta “Por tu amor me duele el aire”.

Continuó en solitario en escena con “La flor de Estambul”, una canción letrada de una pieza de Erik Satie. Su curiosidad, experiencia y formación, como la de un cantautor beduino, han cubierto sedientas esperanzas en forma de bellas y pegadizas canciones como ésta , que ya forman parte de nuestros recuerdos y que el público tarareó durante el concierto.  Por ello y más, Javier Ruibal fue reconocido en 2007 con la Medalla de Andalucía y en 2017 con el Premio Nacional de las Músicas Actuales.

Después de esta canción entraron en el escenario otros tres buenos músicos, entre los cuales se encuentran: al piano, Federico Lechner, guitarras y bajo, Jose Recacha y a la batería y percusión, su hijo Javi Ruibal. La complicidad de sus miradas guiadas es magia, un lenguaje silencioso que armoniza, aun mas, si cabe, el ambiente creado. Es un conjunto de músicos, de personas e instrumentos muy acertado. Suena “La geisha gitana” sonidos de tanguillos gaditanos de reivindicación de libertad, como dice la letra “ ahora nacen los flamencos en donde le da la gana” . Y como no, alude al revuelo musical y la polémica sobre Rosalía, diciendo: “que la dejen en paz”. Ese es Ruibal, transparente y sincero, entregado y respetuoso con la diferencia . Como ha dicho en alguna entrevista: “lo dificil es la coherencia”.

Continuaron tocando “Black Star line”, que aparece en su nuevo disco y donde trata el tema de la  inmigración y las injusticias que se cometen.

Cuenta conmigo compadre” es un reflejo de la sociedad de la “timocracia” que sacó las risas del público y pone de manifiesto el valor de la amistad como bastión cuando todo se desploma.

La platea ya está entregada y se mueve al ritmo de las canciones, suena “Tu divo Favorito”, primera canción que aparece en Paraisos Mejores. La conocida “Ave del paraiso” y “Pensión Triana”, hacen partícipe al público que se sabe las letras. Los músicos están muy presentes y sus gestos y ojos abiertos y brillantes lo dicen todo, el disfrute compartido tiene su momento álgido.

El concierto está terminando pero “La rosa azul de Alejandría” hace cantar al público al que invita  Javier Ruibal con un rasgueo constate de guitarra y una voz que se alzan como como un canto a la vida. Los bellos se me ponen de punta.  “Cine Macario”, marca un ritmo flamenco de tirititran que con intensos aplausos termina con adoración con la canción “Para llevarte a vivir” a Morente. El concierto llega a su fin y el público se levanta entusiasmado, pletórico. Los artistas saludan y besan con las manos el escenario. Javier Ruibal vuelve a salir al escenario para hacernos otro regalo y el concierto nos deja con ganas de más. La imagen de la primera despedida vuelve a repetirse con la misma intensidad.

A la salida de la sala el público se agolpa para comprar su nuevo disco y tienen que volver a reponerlos. Este esperado disco, Paraisos Mejores (2018), construido con una colección de canciones, tal como se observa en la portada del disco, nos transportan a un espacio de pinceladas sueltas llena de trazos y matices. Ruibal, una vez más, en un marcado y expresivo movimiento de baile,  mezcla de flamenco, tango y salsa, nos invita a danzar, hacia adentro y hacia afuera.

Javier Ruibal, se reinventa en su exigencia y canta en este disco con el brasileño Chico César  y con Juan Luis Guerra. Como es habitual en su trayectoria, ama la innovación y sobre todo el eclecticismo, la mescolanza de idiosincrasias personales y musicales que siempre enriquecen a cualquier ser humano. Un guiño en este precioso disco es la última canción, “Perla de la Medina”, cantada en árabe. En este mundo de conflictos, donde todo quiere ser definido y cercado, necesitamos acercamientos, y en este caso, de nuevo, Javier Ruibal lo consigue con su forma de concebir y expresarse con la música y la poesía. Y me quedo con unas de sus tantas  palabras sabias de hace años, esas que diferencian la verdad de la mentira “si no hay una nueva espiritualidad no puede haber deseos de que el arte suba peldaños”.

Javier Ruibal en Espacio Turina

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