24 abril, 2024
Nada más ver la preciosa portada del segundo trabajo discográfico de Git me pareció la de un disco de Anathema, o algo por el estilo. Pero pronto comprendí, conforme escuchaba una canción tras otra, que el espectro referencial de esta banda madrileña es mucho más amplio de lo que prometía el envoltorio.

Nada más ver la preciosa portada del segundo trabajo discográfico de Git me pareció la de un disco de Anathema, o algo por el estilo. Pero pronto comprendí, conforme escuchaba una canción tras otra, que el espectro referencial de esta banda madrileña es mucho más amplio de lo que prometía el envoltorio.

Surrender”, el tema que da inicio al disco, con su buena ración de percusión a cargo de Andrés Martín y su aire ligeramente gótico, presenta la peculiar voz de Oscar Salinas. A la primera escucha me recuerda más a la de Steve Jolliffe, aquel efímero cantante de Tangerine Dream, que a otras de más evidente comparación por el estilo que practican. Así, en “Time Crisis” el modelo más obvio es el pop de R.E.M., y en “Bad News”, “Funeral” o “Twelve”, la voz de Michael Stipe.

Pero no todo se reduce a Athens, Georgia. En “Fake” suenan como unos Interpol definitivamente más tranquilos, y en “Electrosadness” parecen unos Devo que hubieran asomado la cabeza por el Earthling de David Bowie, con unos teclados y sintetizadores muy presentes y luminosos tocados por Iván Pérez y Cécil Fernández. Cécil es también una buena corista, como demuestra en “Shocks”, “Bad News”, “Funeral” o “Just”.

Raincoat”, en clave de vals, se beneficia de un cierto aire de patetismo muy logrado. Y es que uno de los fuertes de estos chicos son las atmósferas: “Another You” se las arregla para ser optimista pese a sonar un poco a Joy Division (buen bajo de Iván, a lo Peter Hook); “Bad News” es muy triste, lenta y bonita, con arreglos realmente ajustados; “No Waves” remite de nuevo a Interpol, pero con mucha más intensidad instrumental; en “Funeral” asistimos a una suerte de circo oscuro e inquietante, con un ritmo lento, casi ominoso, en uno de los puntos fuertes de este trabajo.

“Let’s Go Party” es una auténtica fiesta techno-folkie, animada y cachonda; “Twelve” me recuerda al  jazz, aunque muy encorsetado, por su métrica en 6/8; “Just” destila una melancolía incomparable, con un gran ritmo pausado, una línea de piano digna de Richard Barbieri, coros tristes y la mejor parte de guitarra de todo el disco, y “All Those Hopes” se me antoja una extensa jam pseudo-psicodélica que hubiera tomado cuerpo de canción por azar. La sensación aquí es de caos ordenado, con voces solistas alternando al principio y la interpretación más enérgica del batería. Buen final.

We Don’t Know Where We Are es un disco muy recomendable para cualquiera, y especialmente para aquellos que piensan que el rock o el pop son cosa de anglosajones. No inventan nada, ni siquiera lo mejoran, pero poder ofrecer un segundo trabajo que recuerde (sin imitar) a algunas de las mejores bandas de las pasadas décadas, y con propuestas de lo más variado, debería ser sin duda un valor. Suerte a estos chicos, porque si además son buenos en directo, seguro que la merecen.

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