19 marzo, 2024
A contracorriente de la crítica, Niño de Elche desplegó su flamenco heterodoxo en el último martes de Bienal en el Lope de Vega

Fotografías oficiales de la Bienal de Sevilla (Óscar Romero)

Sevilla no es el niño con trajecito y el flequillo relamido pa´trás. Sevilla no es el golpe de pecho. Sevilla no es la hilera de bobos esperando que abra un centro comercial. Sevilla no es el sevillanismo profesional, el tiene una gracia que no se puede aguantar. Sevilla no es el señorito andaluz que va a los toros dejándose ver ni el éste cómo va a ser bueno si es vecino mío. Sevilla no es una guitarrita y dos palmeros malos para los guiris por treinta euros en un sótano cutre. Sevilla es mucho más bonita.

Sevilla tiene su Bienal de Flamenco. Y la Bienal de Flamenco es la Bienal de los sevillanos, de todos los sevillanos, que son todos los ciudadanos del mundo, empezando por los de Sevilla. Sevilla, históricamente, una de las ciudades más abiertas y cosmopolitas del mundo. Sevilla tartessa, Sevilla romana, Sevilla visigoda, Sevilla musulmana, Sevilla cristiana. Eje central de rutas marítimas y terrestres, puerto de salida al Nuevo Mundo. Sevilla, el Guadalquivir, Triana, la Alameda y las Tres Mil. El Pumarejo y la Encarnación. Sevilla, miarma, killo, los fisno y la caló. Sevilla son las cornetas, el incienso, sus ratones coloraos, los farolillos mojados, la ramita de romero, el azahar, el manquepierda y el himno del Arrebato. Sevilla es muchas cosas. Sevilla es Cernuda y Machado. Sevilla es Silvio. Sevilla es contraste, pluralidad, tolerancia, arte.  Sevilla es flamenco. Y por eso tiene una Bienal de Flamenco, que es la Bienal de Flamenco de Sevilla. De toda Sevilla. Le pese a quien le pese.

La organización de la XX Bienal de Flamenco de Sevilla, que ya ha sido anunciada también como responsable de la próxima edición, tuvo la valentía y el gusto de programar la propuesta atrevida de Niño de Elche para la noche del último martes de septiembre en el Teatro Lope de Vega. Niño de Elche plantea una propuesta alternativa e interesante a partir de una deconstrucción y reflexión sobre las distintas vidas del flamenco: la más pura y de raíz, la más castiza, la más vanguardista, la más hortera… Una discusión sobre qué, y cuántas cosas son el flamenco, con un espectáculo ecléctico e intenso. Pero claro, es un espectáculo flamenco que desvirtúa el arte hecho para turistas. El “arte” fácil. Es satírico contra la España profunda, la tauromaquia, la religión, los políticos y los críticos viejos del flamenco (con nombre y apellidos) en su vertiente más purista. Plantea cuestiones, conflictos. Ante ello, como un tigre, ha saltado la cruzada corrosiva del Reich flamencólico purísimo, la Santa Inquisición del tiritirán. Se han visto cosas como, desde un periódico, pedirle explicaciones al alcalde porque no nos haya gustado un concierto. Entre tanta pandereta, no sería tan sorprendente que pusieran a Niño de Elche delante del juez justificándose, explicándole a su señoría los palos del flamenco. Ay. Parece que al flamenco, como forma de expresión, como al humor, estamos queriendo ponerle límites.

El espectáculo. No es flamenco tradicional. ¡Qué sorpresa! Con leerse el folleto que ofrece la Bienal más de uno se habría orientado sobre qué tipo de espectáculo iba a ver y podría haber optado por la alternativa de quedarse en casa viendo Gran Hermano o salir a cenar un chuletón. Niño de Elche es vanguardista e innovador.  Su show: llámenlo ensayo, performance, ópera o puro teatro. Quizás es el antiflamenco y haya parido de él su forma de flamenco a base de rechazar dogmas. Niño de Elche habita su personaje sobre el escenario y no admite un ni chicha ni limoná. Es atrevido hasta la insurrección.  Se vistió  sobre las tablas, con el teatro Lope de Vega lleno. Invitó a subir a bailar al superlativamente talentoso Israel Galván o Eduarda de los Reyes, es decir, la misma persona. Utilizó en sus cantes loops, programaciones, distorsiones y la electrónica musical. Se acompañó de teclados (piano/hammond), guitarra (incluso, curiosamente, frotada, como un violín, con un resultado francamente interesante) y percusiones. Es lúcido con sus intervenciones entre cante y cante. Mantiene la atención del espectador durante toda su obra. Musicalmente fluye de pasajes más preciosistas a otros más tensos. Se pasea, entre delirios y éxtasis, asomándose a la casa de Morente, de Pepe Marchena, de Bjork, de Nati Mistral y de Tim Buckley. Señala (muy acertadamente, en mi opinión) a Lorca como epicentro de todo el  flamenco y punto común para todas las ramas del género.

Alguien grita desde el patio de butacas porque no le ha gustado el sonido del órgano en una canción. Es la tercera o cuarta del concierto. Me acuerdo de Dylan en Newport. Me acuerdo de Dylan en Inglaterra. “¡Judas!”. Porque tocaba rock. Por tocar con guitarras eléctricas. Canciones como Like a Rolling Stone. Me acuerdo de las películas de Almodóvar de los ochenta. De Enrique Morente. Me acuerdo de Camarón, de la Nana del Caballo Grande, con el hammond y el sitar de Gualberto. Bueno, es que incluso hoy todavía quedan sectores del flamenquismo profundo que tachan a Camarón de ser poco más que un chillón. Un traidor a la pureza.

Amigos, la pureza es el amor. Lo contrario a la pureza, los prejuicios.

Esperaba, al menos, que no tuvieran la desfachatez de pedir la declaración de zona catastrófica del escenario donde cantó el viernes Rosalía porque, probablemente, después de que lo haya pisado, habrán crecido de él flores. Pero, aún así, también la han puesto de vuelta y media por no ser flamenca antigua. Con algo más de piedad que a Niño de Elche, eso sí. Incluso cuestionando el criterio del público con cuestiones como si hay un “público flamenco” o “no flamenco”, rozando el racismo musical. En fin. Si Morente levantara la cabeza…

El flamenco no es de nadie. No pertenece. No tiene patente. El flamenco es patrimonio de la humanidad, no sólo de ustedes. Criticones.

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