25 abril, 2024
Sobre un suelo mojado por la lluvia, el trío sevillano establece un diálogo entre el jazz y el flamenco. Una noche de equilibrio en los patios del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo.

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Fotografías por Manuel Bermejo

A la contra, como el compás de Jerez. No es fácil salir de casa una noche lluviosa, de esas en las que la primavera no termina de comenzar y cuando la excusa de la exploración ofrece menor motivación que otras veces. En cualquier caso allá vamos, a intentar averiguar qué forma tiene la frontera que une los territorios del jazz y el flamenco, y a pesar de que esta ciudad, el viento y el martes, se empeñen en lo contrario.

Incluso cuando la pátina de la música siempre está presente en el CAAC, un patio de un convento siempre es un lugar de recogimiento. Hoy es un sitio húmedo y solitario que, bajo el cobijo de una simple estructura, pretende dar calor a los presentes al abrigo de una guitarra, un contrabajo y una batería. Llegamos pronto, como de costumbre, y entre músicos y público reside ya el acuerdo tácito de hablar en voz baja. Nos preguntamos qué queda de aquel músico de jazz que cruzó el charco tras la llamada del duende y si la forma de sus estándares se ha perdido entre las variaciones de los semitonos. Nos preguntamos si Ian Scionti vino para quedarse o, como los cantes de Cádiz, es un músico de ida y vuelta. No podría ser más adecuada su respuesta si comienza en forma de Guajira.

Es sorprendente ver (y oír) cómo al jazz le sienta tan bien los lunares. Suenan las cuerdas del contrabajo y las escobillas de la batería bajo la batuta de una guitarra española, bien afinada, tocada con delicadeza, casi con caricias. Las escalas y las progresiones hicieron que esos dedos circulen por el mástil ligeros, ágiles, para posarse lo justo, para sonar lo preciso. No es una guitarra flamenca tocando jazz, es un músico de jazz hablando en flamenco, lo que no es lo mismo. Hay una diferencia sutil y las Bulerías, cuya fuerza suelen cerrar por fiesta los espectáculos de las bienales, suenan hoy ligeras, volátiles. Por si acaso faltara empuje, Arnaud y Javier se encargan de marcar el tres por cuatro a golpe de escobilla y choques de bordón, marcando desde atrás, arropando. El público se siente cómodo y, en ausencia de normas de conducta, encarga la cena, bebidas y se olvida de los aplausos. Harían falta quizá finales más dramáticos para indicarle al respetable, en su mayoría extranjero, dónde queda el final de cada pieza; pero participar no es obligatorio y a medida que los aplausos van llenando el ambiente, Ian saluda y da la bienvenida.

Un recuerdo a la influencia de los maestros, como Wayne Shorter, da el paso a “Infant Eyes”, arreglado con elegancia. Es el comienzo del nudo del espectáculo que, plagado de caminos y líneas de investigación, revisa los palos flamencos más básicos. Lo que ya hicieran en su día Carles Benavent y Jorge Pardo adquiere hoy una simpleza mayor, siendo quizás más reconocible el jazz en estas composiciones que en las de aquellos genios. Pero que no se mal interprete nada: no se trata de comparar ni restar méritos sino de aportarlos, y es que Ian y los suyos escenifican a la perfección el equilibrio, invitando a preguntarnos qué porcentaje hay de cada mundo en su música; de primeras por Alegrías, con alzapúas que recuerdan al omnipresente Paco de Lucía, en la Barrosa, y de segundas, con Nica´s Dream, una composición conocida que nos sitúa en los estándares del norte de los Estados.

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Tras el reconocimiento a Javi, presidente “honesto” de esta iniciativa llamada Assejazz, y que hoy actúa como contrabajista, la lluvia reaparece premonitoria, aportando una inédita capa sonora. “Vamos allá”, suspira Ian, en respuesta a lo que parece ser un contratiempo inesperado. Los elementos introducen un repique en la techumbre de la sala que se traslada instintiva y rápidamente a las cuerdas de su guitarra, dando pie al inicio de un trémolo por Soleá por Bulerías, que se funde con el sonido opaco de la lluvia. Un detalle de elegancia que pasa inadvertido aunque registrado en nuestra memoria.

Y los “palos inferiores”, como la Rumba, rematarán la faena. Hay tiempo para una fiesta mínima por bulerías donde los platos de Arnaud llevarán la iniciativa, cuyo compás enérgico rayará casi la hora de espectáculo, concluyendo la escena. En el respetable todavía se consumen las bebidas y, sin terminar de degustar la cena, irrumpen tímidos los aplausos. Es el final de la velada, que termina con saludos, felicitaciones y el anuncio de la grabación de un disco. “Nos veremos en septiembre”, dice Ian, como pronto.

En el equilibrio reside la virtud, y la virtud debería incluir estos pequeños placeres para romper la rutina dentro de una ciudad, Sevilla, que ya va pareciendo otra cosa. Por mi parte no tendré inconveniente en repetir aunque lleve el paso cambiado y aunque implique cruzar el río; Incluso si llueve; incluso si es martes.

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