29 marzo, 2024
Alejandro Sanz prolongó su idilio con Sevilla con un concierto notable ante 40.000 personas en el Estadio Benito Villamarín.

Fotografías Antonio Andrés

Todos los caminos llevan a Roma. Al éxito, al estallido, al éxtasis. En la música en vivo no hay empate. Puede presentarse la derrota, pero lo habitual es terminar con el brindis pletórico de las canciones que todos sabemos. La algarabía (pre) inicial conduce a la euforia que un estruendo desata, el aviso de que algo comienza. Se apagan los focos del Estadio Benito Villamarín y se encienden las pantallas gigantes que escoltan el escenario. Aparece el protagonista de la noche.

Un protagonista que puede permitirse abrir su concierto con una de esas canciones, que mencionaba antes, que todos nos sabemos. Él las tiene a puñados. De hecho, se deja al menos, irremediablemente, un buen par de decenas fuera del repertorio. Es la gran estrella pop española internacional después de Julio Iglesias y antes que Rosalía. Es un artista auténtico, genuino, reconocido por sus pares de todos los palos. Ha sobrevivido a todos los cambios de la primera línea del mainstream desde los noventa sin excesivas capitulaciones. No ha tenido que sumirse, por ejemplo, en devaneos reggaetoneros como algunos de sus compañeros para mantener el puesto. Ni siquiera puede achacársele ciertos clichés baratos de simpleza pop, porque cualquiera que sabe un poco de música, sabe la chicha armónica y melódica que puede encontrarse en sus canciones.

Más de treinta años dándole todas las vueltas al tablero, pasándose el juego, estableciendo su propio método. Creó un tipo de canción. Un estilo más que propio. Siempre con el ancla en el pop, pero asomado a lo latino, a lo aflamencado.  Una métrica propia, una canción melódica en la que los versos pueden aglomerar sílabas finales disparadas contra todo pronóstico y que suene increíblemente bien. Un género propio, canción pop con cadencia salsera y alma gitana. Una forma de balada autóctona. Es el Universo Sanz.

Alejandro Sanz puso sobre la mesa, en su concierto en Sevilla, una buena muestra de ese universo, sin necesidad de jugarse todas las cartas. Con un concierto sencillo, a pesar de su macro magnitud, altamente notable, sin necesidad de prodigarse en piruetas escénicas ni en pirotecnias digitales. A casi cuarenta mil personas puso en pie con los reconocibles primeros acordes de No es lo mismo, que enlazó con Lo que fui es lo que soy. Deja que te bese, El alma al aire/ Regálame la silla donde esperaré/ Hoy llueve, Desde cuando, Looking For Paradise se fueron sucediendo sin apenas pausa. Llevando el suspiro generalizado de las pantallas de los móviles en ristre a las entregadas gargantas del coro multitudinario. Intercalando repertorio pre dos miles con algunos de sus éxitos más recientes.

Sorprendentemente bien, la calidad sonora del campo del Betis volvió a permitir disfrutar gratamente de la música en vivo. Con más elementos y menos vatios que el concierto, un par de semanas antes, de los rockeros Guns N’ Roses, la banda de Sanz (con una importante y gratificante presencia de juventud femenina) sonó muy bien. En los primeros compases se agradecieron los momentos más acústicos, con el cantante acompañándose únicamente por su guitarra,  pero todo fue entrando en calor.

Mi Marciana arrancaba con un original vocoder casi extraterrestre. Tras La fuerza del corazón/ Todo es de noche e Iba, Niña Pastori sorprendía a todos apareciendo, sin aviso previo alguno, en mitad de Cuando nadie me ve. Generoso en repertorio, se sucedían tándemes de hits como Amiga mía / He sido tan feliz contigo/ Hay un universo de pequeñas cosas. En las canciones que originalmente se grabaron como dúos con voces femeninas (Looking for Paradise con Alicia Keys o Mi persona favorita con Camila Cabello), la corista Karina Pasian ocupaba el frente del escenario, asumiendo el papel principal con una voz preciosa, aportando un soplo de frescura al show.

Instalado en esta etapa de ya adentrada madurez, Alejandro Sanz sigue dominando las claves. Conoce su presente y su evolución a lo largo de los años. Ha renovado a su público inicial varias veces, la plaza está copada de público de todo tipo, son varias generaciones. Él sabe encontrar su lugar. Como los grandes cantantes, se renueva en su forma de pisar los escenarios. Hay que encontrar la voz, el sitio, el pulso a cada etapa. Sanz conoce a la perfección la hoja de ruta emocional que traza su repertorio en vivo y sabe dónde hay que dosificar, dónde tensar la cuerda, dónde gustarse y dejar sin rienda al público llevar el timón del concierto.

La recta final se meció entre aires latinos y mediterráneos con Labana y La Rosa, rompiendo en el éxtasis general con el himno Corazón Partío y despidiéndose en un falso final rockero con la funky Hoy que no estás. Ya sólo quedaba recoger la siembra. Alejandro Sanz volvió con Viviendo deprisa en los bises, una muy emocionante versión a piano y voz de ¿Lo ves?  y la última cadena de canciones de la noche con los eslabones Mi Soledad y yo / Y si fuera ella / Ese último momento. En el fin de fiesta, el escenario se llena de amigos. Se distingue a Diego del Morao al fondo, al que de repente le cae una guitarra del cielo. Niña Pastori se arranca por bulerías. Joaquín, el eterno futbolista del Betis, se arranca con un simpático pataleo gitano que desata las risas. Inevitablemente, el método Sanz conduce a la alegría.

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