19 marzo, 2024
Él Mató a un Policía Motorizado son el buen ejemplo de que la vida sigue con todos sus más y sus menos: Imperante, imparable, como la travesía que dibuja su discografía.
Fotografías por Isaac Durá
Aunque desde el bar de arriba ya se viera cola una hora antes de encender el rótulo, nada fue igual. La noche de hace tres años en poco se parece a la del lunes pasado. Entre ellas solo algo idéntico: una banda argentina que viene cada vez con los bolsillos más grandes. Más grandes porque hoy son más los que corren sofocados a su directo porque casi se quedan sin entradas. Si no escuchamos a Esteban decir mil veces que ya no cabe dentro ni un alfiler, no lo escuchamos ninguna. Lleno hasta la colcha, petao, calor y buena vibra debajo de la ropa. Él Mató a un Policía Motorizado son el buen ejemplo de que la vida sigue con todos sus más y sus menos: Imperante, imparable, como la travesía que dibuja su discografía. SALA X se llena pero de forma distinta. Hace más calor porque hay más gente. Hay más gente porque su directo cada vez es más cálido. Cálido de cercano, sin ser del todo empalagoso, ojo, porque hablar de sentimientos a golpe de guitarras imponentes no es tarea fácil. Sus letras son bonitas, sus canciones redondas y emotivas, generadoras de recuerdos.
Cualquiera que tenga a los argentinos en su lista de reproducción puede ir de la risa nostálgica a la lágrima sincera en tan solo tres temas de directo. Es bonito presenciar desde segunda fila cómo el ambiente es transparente. Nadie tapa sus sentimientos, los expresan con libertad. Todos van a disfrutar durante veinte canciones de la vida y ya está. No se le puede pedir nada más a un concierto esperado. Es curioso no ver muchos móviles en alto, la gente disfruta de la cita a la vieja usanza: Bailando, botando y levantando sus brazos. El ruido esa noche es mucho más que la ausencia de silencio. Esos músicos saben cómo llenar de emociones una sala llena de personas. El amor es un terremoto del que salimos sanos y salvos, como este concierto.
Y allí estamos nosotros, enamorados de todo, dentro de la caja más famosa de Sevilla, con una Estrella Damm dulzona en cada mano y atentos a todo lo que ocurre sobre el escenario, que no es poco, sino real. Arrellanados para no perdernos nada, de nuevo en la batalla, somos testigos de la puntualidad argentina. Cuando suena «La Síntesis O’konor» entendemos la gravedad de las cosas que siguen conduciendo a un mismo lugar pero salimos airosos del bache. Hay canciones que solo tienen una vida y esa es una de ellas. Conseguimos abrir bien ojos y oídos para no perdernos dentro de unas luces discotequeras. El sudor podía verse, y genial porque lo que no se suda no tiene valor. «La Cobra», «La Noche Eterna» y «Las Luces Marcaron» buen ritmo hasta llegar, después de «Buscando el Más Allá», a «El Perro», adelanto de «La Otra Dimensión». Muchas canciones para tan poco tiempo. Y así se nos pasa el tiempo fugaz, recibiendo a viejas amigas como «El tesoro» o «Excalibur», hasta estacionar sin aparcar del todo en «Más o Menos Bien», una de las grandes de la noche. La otra protagonista fue (como siempre) esa «Chica de Oro», cantada hasta por los más primerizos. Son veteranos y saben lo que consiguen. Que hablemos de sus dotes como músicos sobra. Que analicemos al dedillo lo que hacen sus instrumentos sobra. Porque «La Otra Dimensión» llega elegante y los que la necesitamos regresamos a su encuentro. Nada como celebrar que otro nacimiento viene en camino. Y esto es una celebración. Allí todos a punto de parir nuevas experiencias mientras los años pasan porque la vida sigue. Esperamos que las horas sean ligeras y que SALA X vuelva a colgar un SOLD OUT muy pronto. Avanti.

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