29 marzo, 2024

Fotografías por Mr. Hipérbole

El universo Nudozurdo se solaza con el dolor y huye de los placeres. El directo del pasado jueves fue oscuro como un gancho de derecha que no ves venir. Pero que no deja ni una marca. Sus cortes abrieron la herida fina e incómoda del borde de una hoja de papel, que escuece, aún sin ser perceptible. Ese justo instante que media entre el roce del objeto filoso y la carne. La antesala del arañazo. El pinchazo sin sangre.

Por eso que no es de extrañar que Rojo es peligro sea el título del trabajo que vinieron a presentar el 29 de octubre al Teatro Quintero, conjurados por el ciclo SON Estrella Galicia. Acorde con los cerrados meandros por los que suelen navegan y en los que recalan sus letras. Lo que sí nos hizo arquear las cejas fueron los pocos cortes de ese proyecto que se incluyeron en el repertorio de la noche (¿dónde quedó, por ejemplo, esa sublime «Semillas nuevas»?). Una pena, tratándose de un álbum excelente y que lleva meses entre los primeros puestos de nuestras preferencias. Aunque la trayectoria del trío cuenta a estas alturas con suficiente inventario como para satisfacer a la, por desgracia, discreta audiencia.

Eso sí, arrancaron con una redonda «Los bárbaros/Cuando creas que yo esté aquí me habré ido», que concentra muchos de los aciertos de su cuarto álbum de estudio. A saber, una electrónica ostensible que aligera el peso de antiguas atmósferas asfixiantes. Ritmos que revelan cómo el dolor no siempre es negro aunque escueza igual. Preludios de lo inevitable y ecos de Acuario, el trabajo en solitario de Leo Mateos.

A juego con el mensaje del proyecto, Nudozurdo no se caracteriza por su interacción con la concurrencia y, sinceramente, los preferimos así. Los escenarios que recrean son tan crudos a veces que, interrumpirlos, sería una hipocresía por su parte. Otro acierto, la incorporación en la batería de Ricky Lavado (Standstill). Destacable su coordinada labor con las baquetas y las bases. En «Mensajes muertos» compite en intensidad con el obstinado bajo de Meta, dotando a la canción de unas alturas cercanas al techo del teatro.

Justo sus cuerdas dieron entrada a la embuclada «Láser Love», de Tara Motor Hembra, y la mantuvieron firme durante al menos seis minutos, solos de guitarra y estrofas esparcidas incluidas. Tras «El diablo fue bueno conmigo», quizás el momento más intimista de la noche, («Si crees que soy un monstruo/si no me quieres besar») volvemos a la actualidad con el flow de una casi setentera «Bucles Dorados». Después de aquí, llegó el incendio.

Comenzó a arder una reconocible y siempre oportuna «Mil espejos» en la que recrearse como un cachete dado en el momento oportuno. Siempre es un placer «Ha sido divertido» y su facilidad para hacer recordar y corear «lo siento es lo único que puede decir». Quizás el mejor instante de la velada. Aunque luego llegó «El hijo de dios» y claro, te alabamos señor. De nuevo comunión y penitencia con una línea de bajo adictiva guiando el discurso apocalíptico de Leo, el único profeta de esta historia alucinada.

Para reducirlo todo a cenizas, una declaración de intenciones: «Prometo hacerte daño». Con la cara ya amoratada por los golpes, su canción de guerra fría fue el tiro de gracia antes del bis. El último recorrido por los demonios granates pasó por «No siento el amor y tu amor es falso», acertada y animada descripción de las decepciones contemporáneas y, a juego, el último corte de Acústico«Dosis modernas».

Un canto críptico que Leo abandonó cuando llegaba el final para dejar que la base rítmica de la banda cerrara y recibiera los preceptivos aplausos. Sin más aspavientos por su parte, y con el espíritu dolorido por la nuestra, dio por concluido el enfrentamiento. Con un ritmo tan adictivo que invitaba a cerrar los ojos y dejarse herir. Pero por dentro. Que no manara la sangre caliente no implica ausencia de daño.

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