28 marzo, 2024
Cuando la música sale de muy adentro, del amor o desamor, del recuerdo, de la melancolía o anhelo, es imposible que no se te clave en el corazón.

20:30 de un martes lluvioso en Sevilla.

El Lope de Vega tan majestuoso como siempre nos recibe con los brazos abiertos, en lo que esperamos que sea una noche mágica. Tobo bajo el sutil velo del Fado Portugués.

En el escenario sólo tres personas y ella. Bernardo But, guitarra portuguesa, Pedro Pinat, guitarra clásica y Rodrigo Segat, bajo. Para empezar a abrir boca un “a cappella” donde su profunda voz inunda todo el teatro. La acústica de este “pequeño teatro” sevillano es magnífica, aunque se nota que no está concebido para conciertos.

La voz de Cuca suena limpia y clara, sin embargo, el sonido no es envolvente como podría ocurrir en otras salas más adecuadas para su propósito. Aun así nada de qué quejarnos, por supuesto. Roza muy buenos niveles acústicos para los más puristas como nosotros.

Vestido blanco crudo con pedrería en el escote de tirantas y tacones de vértigo. Para completar el dibujo una diadema en el pelo que recoge su larga melena castaña.

Está claro que ver a Cuca Roseta es casi exclusivamente ir a escuchar su voz.

Una voz tremenda que suena a mar, a barco lejano y temas clásicos de pescadores.

El concierto es totalmente acústico, lo que acentúa aun más el aire metálico y a la vez añejo del conjunto.

Las primeras sensaciones son que nos hemos metido dentro de la grandísima película “Mediterráneo”.

El control, timbre y ritmo de su voz pocas veces se ha escuchado en este teatro. Curiosamente se denota también cierto pudor en su voz. Quizás porque lleve tan sólo 3 años en los escenarios de forma oficial. O quizás porque sea la primera vez que visita Sevilla. O quizás porque está presentando su segundo trabajo, y uno siempre tiene la inquietud de que ojala salgan bien las cosas… no lo sabremos nunca, me parece a mí. Lo cierto es que con una voz tan potente como la suya, hay veces que parece algo retraída y asustada. Estamos seguro que esa “peculiaridad” por llamarla de alguna manera se irá desvaneciendo con los años, como una gota de lluvia se diluye en un río.

Con unas palabras lindas como ella, nos va introduciendo un tema tras otro, como si fuese lo más normal del mundo, dejándonos embelesados y atentos como si de una cuentacuentos se tratase. Y nosotros encantados, por supuesto.

Por mí, como si nos lleva a donde mejor le parezca, mientras tenga el susurro de su voz y el azul del océano, por mí como si Lisboa es mi rumbo y el amor mi bandera.

La media de edad en este concierto es de unos 40. Aunque el estilo musical no se ha prodigado mucho en nuestro país, para mí debería ser de obligada escucha en todas las edades, ya que pocos ritmos hay más auténticos y sinceros como el fado portugués.

Los temas se suceden sin apenas darnos cuenta: “Rua do Capelão”, “Avé-Maria Fadista”, “Lisboa a namorar”, “Triste sina” o “María Lisboa”.

El control vocal deja los pelos de punta. Se crea una atmósfera como de barrio viejo, a palacio en ruinas y al sonar de las olas.

Aunque los temas más rítmicos suenan muy bien, es en los lentos donde Cuca despliega su mejor dominio de los tiempos, entonaciones y lírica. Así, por ejemplo con «Quem es Tu Afinal» (Fado menor) su voz se convierte en un susurro. Padre y madre de todos los fados, este tema tiene su propia letra. Siempre en tono menor.

[two_third]Aunque al principio contábamos que nos costaba llegar un poco a meternos en el concierto, quizás por su pequeño nerviosismo inicial, ahora son los ojos cerrados, las manos cruzadas y la mirada de ojos grandes lo que se siente por la sala.[/two_third][one_third_last]

Tras dejarnos petrificados  con el anterior tema, Cuca desaparece del escenario. Con su dulzura, ternura y corazón a la hora de interpretar nos ha dejado pegados al escenario.[/one_third_last]

La parte instrumental de toda buena película que se precie llega con la caída de las estrellas.

Esos tiempos que desahogan un disco o una película y que en nuestro caso no hace más que incrementar nuestras ganas de seguir aquí, sin movernos, sintiendo por los poros cada nota de tristeza.

Pocas veces me he quedado sin palabras como ahora para poder describir lo que sentimos.

Para su regreso, cambio de vestido. En esta ocasión rojo intenso, sangre latiente y puro corazón. Pelo suelto y con ella “Saudades do Brasil em Portugal”.

En el teatro unas 250-300 personas. Lo políticamente correcto del entorno le quita algo de brillantez a un estilo que escuchado en un bar de Lisboa del barrio viejo a altas horas de la madrugada debe, y de hecho hace llorar desde el alma.

Cuando la música sale de muy adentro, del amor o desamor, del recuerdo, de la melancolía o anhelo, es imposible que no se te clave en el corazón.

Los silencios se hacen eternos y los agudos incisivos, martilleantes como un pensamiento que no se va, como una luz tenue que te deslumbra en medio de la noche.

“Noite de Santo Antonio” de Amalia Rodrigues, nos trae las fiestas del lugar, cambiando de tercio 180º. Vamos a dejar de sentir tan hondo y vámonos a la verbena. A tomarnos unos vinitos y a alegrarnos el alma con el roce de la piel de una mujer, que muy gentilmente nos brinda la oportunidad de sentirnos únicos, mágicos y grandes por una noche.

Amalia es un gran faro esta noche. Cuca se atreve a cantar incluso uno de sus temas que nunca pudo llegar a interpretar. Un tema que, por cierto, estremece al más pintado: “Porque Voltas de Que Lei“.

Con “Marcha de Santo Antonio” los colores y la alegría llega al Lope de Vega.

Y con ella unas tímidas palmas y mucho movimiento de pies por la bajini. Los movimientos de caderas sensuales de Cuca nos llevan a esas fiestas de farolillos, de niños corriendo entre mesas llenas de comidas, de ganas de vivir, de beberse la vida a sorbitos.

“Nos teus braços”, con música y letra de ella misma. Más instrumental , con raíces pero abierto a nuevos ritmos. Tonos más versátiles. A medio camino entre Brasil y Portugal. A medio camino entre la música eclesiástica y la pagana, de cuerpo y sentimientos.

Se pasea como envuelta en una niebla por los pasillos del teatro. Pasa apenas a 30 cm de nosotros. Es bellísima. Delgada, delicada, pero con una fuerza que emana de su interior que prende la llama de su maravillosa voz.

Por si tenerla a pocos centímetros no ha sido suficiente, ahora se queda sola en el escenario. Tan sólo un bajo se ha quedado para marcarle el ritmo. Toda la musicalidad del fado, sale exclusivamente de su voz.

Y para terminar ritmo de palmas que se ahogan en el movimiento de su vestido, en su mirada profunda y risueña. El portugués y el fado no podrían sonar mejor, limpio, fuerte, potente y claro. Teatro en pie y ovación generalizada.

Como agradecimiento el último bis “A Marcha da Mouraria”

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