19 abril, 2024
Glazz presentan el espectáculo Cirquelectric, donde con una línea argumental que describe el viaje de un circo que va de pueblo en pueblo son capaces de traernos los sonidos más evocadores y exóticos del panorama nacional. Jazz, flamenco, rock...

Llegamos temprano,  como solemos hacer cuando entramos por primera vez acreditados como prensa. Alguno que otro hemos solicitado pero ha sido con Glazz cuando por fin podemos cubrir un concierto en este maravilloso escenario.

La sala B del Central es un espacio diáfano, con todas las comodidades. Con bastante espacio entre los asientos pero sin mu ha maniobrabilidad para asimilar a un público en pie. Esta sala es para estar sentados y disfrutar del espectáculo.

Dos conciertos había hoy en el central, este y Macanita en la sala principal. Cuando entramos tras un trato muy agradable por la organización podemos ver guitarras, batería, teclados y micrófonos en penumbra. Toda una declaración de intenciones de lo que esperamos vivir esta noche.

El concierto comienza con un solo de José a la guitarra en estilo acústico, algo así como  Amos Lee, Glen Hansard o Damien Rice, al que finalizando se unen los demás componentes de la banda.

Los instrumentos que utilizan inicialmente son un contrabajo eléctrico, que reconocemos que es la primera vez que lo vemos, y una especie de caja eléctrico-acústica, de su propia invención, como posteriormente nos enteramos.

En la pared del fondo un gran Tangram preside la reunión. Sobre él, como veremos más tarde, se irán proyectando una serie de vídeos editados personalmente por Daniel Escortell, aparte de bajista, el encargado de la parte audiovisual del espectáculo.

Sería difícil describir el estilo empleado, ya que beben de multitud de fuentes, aunque es quizás el country el que se hace más palpable en estos primeros compases.

Todo a oscuras y en completo silencio, esto es otra manera de disfrutar de un concierto instrumental. Nos encanta el sonido eléctrico que sale de la guitarra española. Las melodías sutiles, con encanto y ensoñaciones toman la sala B del Teatro Central, dejando alguna que otra sonrisilla en los labios de los presentes.

Lo que queda claro en la sucesión de temas es el carácter plural y abierto del espectáculo. No le tienen miedo a ningún ritmo y los silencios y melodías son manejados con gran soltura. Es una delicia comprobar como los buenos perfumes vienen en frasco pequeño.

La delicadeza y la pasión se entremezclan con el sentimiento de expresar sensaciones que se sientan en la piel. El sabor de una copa de vino se entrelaza con el del algodón de azúcar en una noche de feria veraniega.

Tras este encantador preámbulo, y tras un pequeño cambio de look se colocan en los “main instruments”. Al bajo, el director del circo Daniel Escortell,  a la batería el lanzador de cuchillos Javier Ruibal,  y a la guitarra acústica José Recacha.

Aunque el sonido es más global y arrullador, el estilo del espectáculo no cambia en gran medida. La intención de traer pequeñas piezas que crean historias por sí mismas, en formato 3×4, cobra quizás algo más de energía y vibraciones con el cambio.

El peso de la actuación cae casi completamente en José Recacha. Podríamos comparar su guitarra a la voz de Aurora García ya que está llena de matices, a veces incluso contrapuestos.

Por ejemplo, el tema “Nerón el tragafuegos” podría entrar perfectamente en un disco de Extremoduro, como una de sus baladas.

El espectáculo que estamos viendo hoy se llama Cirquelectric, y tiene como línea argumental el viaje de un circo que va de pueblo en pueblo presentando su función.

Y, claro, entre actuación y actuación siempre hay lugar para los negocios “Hablemos de negocios”, perfectamente representado por un ritmo sutil y a la vez decadente que llama a tu puerta con tintineo de monedas.

Es “El lanzador de cuchillos” quien nos trae el flamenco, que es capaz de lanzar el cuchillo con swing pero por bulerías. El ritmo del tema cambia al final hacia derroteros con olor a Sur, donde una bailaora se presenta frente a nosotros bajo el compás de una caja repleta de sudor y sangre.

Un sentir fugaz como una ráfaga de aire que te coge por sorpresa. Que viene llena de fragancia a flores. Una sutil lágrima de ímpetu controlado, una amalgama de tendones y músculos tensos en una vorágine de sonidos encandiladores.

Aparece Alberto Miras (El malabarista a los teclados). Con notas que recuerdan a Bebo y sus Lágrimas Negras toma posesión del escenario. Con Alberto el ritmo funky y soul planea sobre nuestras cabezas, haciendo que los cuerpos de los presentes se muevan inquietos  en sus asientos, con un extraño picorcillo que nos mueve las caderas sin poderlo evitar.

El camino del circo llega a una ciudad. Y con ella, sus noches de luces de neón, sus bares y sus gentes caminando sin rumbo. Una ciudad como la nuestra, carente de espíritu y con cierto sonido a música de ascensor con algunas gotitas de blues.

Pero todo cambia cuando se entra en un bar  y el sonido del piano al fondo enciende los espíritus aventureros. Una noche es una noche, y hay que disfrutarla en esta gran ciudad.

La bailaora (Lucía Ruibal) es la saltimbanqui, que nos vuelve a sorprender en un tema rockero con sus movimientos fluidos y sensuales. Ritmo, arte, fuerza y taconeo.

El sólo de batería marca el ritmo del “Triple mortal” y toda la sala espera expectante el inquietante desenlace.

Joaquín Calderón (es el tragasables) con violín eléctrico. Su sonido recorre toda la sala y contrae los corazones. La atmósfera se inunda de sonidos exóticos, como de otras tierras. Quizás sea de allí de donde proceda este tragasables.

En todo circo que se precie hay que cruzar “la cuerda floja”. Y que mejor para hacerlo que la equilibrista, acompañada del lanzador de cuchillos que en un principio incluso él se queda mudo ante el peligro.

Poco a poco, a medida que va recuperando el aire, la percusión toma forma de latido del corazón, de pasito corto por la cuerda, de respiración nerviosa y entrecortada. En el momento de más tensión se escucha un taconeo interminable que irradia fuerza de confianza, coraje y entrega. Sin miedo.

En el fin de fiesta un triple salto mortal carente de peligro para la vida humana, pero bien cargadito de emociones y sonidos. Aunque no es precisamente el fin, sino una antesala a la experimentación instrumental en forma de bis.

Ahora sí, con el grupo al completo, el fin llega deleitándose en el suave tintineo del agudo del violín, mientras los demás instrumentos in crescendo se van comiendo a las pocas personas que van quedando en la carpa.

El desenfreno de la ilusión, de un corazón henchido de energía y vitalidad, de amor, de sueños, de vida.

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