25 abril, 2024
Andrés Calamaro brindó una de sus mejores noches llevando a un entregadísimo público al éxtasis en la presentación de Cargar la Suerte en Sevilla.

Fotografías Antonio Andrés

Sevilla es una fiesta que nos sigue. Lo dijo Hemingway en París era una fiesta del París bohemio que vivió en los años 20. Pero lo pudo haber dicho Andrés Calamaro en la noche del sábado tras besar el suelo sevillano y tras aquel “la gira empieza aquí” tan significativo, teniendo en cuenta que llevan más de un mes tocando por distintos puntos de la geografía española. Esa Sevilla bohemia, como él mismo la describió, abrazó al argentino y su banda como sólo Andalucía abraza. Antes de salir al escenario, el teatro ya vibraba como una cancha de fútbol argentina. “No pesa el alma una libra ni el dinero hace rico”, recitaba ayer Andrés en sus décimas dedicadas a esa Sevilla de  toreros, Jesús Quintero y Silvio y Sacramento donde “quisiera quedarse a vivir el año entero”. Los versos del gaucho que refluye. La noche del sábado fue una de esas que siguen como una sombra de luz, que quedan resplandeciendo tatuadas en el pecho del  artista por mucho tiempo.

Porque hay que ser artista. Hay que ser artista para prescindir del glamour del misterio en la salida a escena para, en primer lugar, recordar a los maestros que se han ido. Los músicos salían en fila, mientras desaparecían en el aire las últimas notas de Autumn Leaves. Antes de arrancar, sin hacer sonar aún ni un acorde, Andrés Calamaro agarraba el micrófono para saludar a su público y reconocerse consciente del tremendo lujo y responsabilidad que es cantar en Sevilla; y dedicar el concierto a la memoria del “más sevillano de los músicos de Estados Unidos”, el pianista de Nueva Orleans recientemente fallecido, Dr. John, con, además de las palabras, el homenaje con la versión de Right Place Wrong Time. Genio y figura.

El rugido del riff de Alta Suciedad abría fuego. Verdades afiladas, un clásico corte calamariano con toque californiano y espíritu de ranchera era la primera muestra de su último disco que presenta en esta gira, Cargar la Suerte. En el mismo escenario por el que apenas hace un mes pasó Bob Dylan, también sentado al piano, el argentino convocaba el poder y el influjo del de Minnesota con una versión enorme de Clonazepan y circo, una canción social y política del mítico disco Honestidad Brutal que está cumpliendo veinte años en este 2019. Este momento me hace pensar. Hace treinta años Dylan se sumergía en su gira interminable, esa que hoy todavía dura y que le tiene tocando con su banda en cualquier ciudad del mundo cada tres días. Estar escuchando en ese mismo escenario a Calamaro cantar, como siempre, mejor que nunca, me hace imaginar en lo delirante que sería tener al tótem del rock hispano girando permanentemente. Sin descabalgar, siempre con las botas puestas.

Bien sabe Calamaro que “cada teatro es un país de madera”. FIBES además tiene chapa. Tocar rock en un teatro siempre es peculiar. Las butacas pueden, en ocasiones, convertirse en un estorbo o en un muro incómodo de metacrilato entre los músicos y el público y que enfríe el ambiente. Hay que encender el fuego. Hay que levantar a la gente y arrancar cada aplauso. Con A los ojos, uno de los himnos rodríguez por excelencia, los asientos fueron desocupados. Así se mantuvieron la mayor parte del concierto, con los sevillanos de pie, haciendo de su propia piel cada canción, cantando a pleno pulmón y vitoreando al cantante entre una y otra.

La parte de adelante y Algún lugar encontraré precedieron al también estreno de Cuarteles de invierno y a una versión más cercana a la rumba de la celebrada Las oportunidades, del disco El Cantante.

Así terminaba el primer tercio. Calamaro al piano eléctrico, un Fender Rhodes de 54 teclas con soul y elegancia, y un teclado sintetizador Waldorf, buscando el sonido clásico de los teclados de rock de los setenta. En formación de quinteto con dos hombres a los teclados que se convertía por momentos en cuarteto cuando el cantante se levantaba y se concentraba en el canto. Un quinteto/cuarteto argentino de pata negra, con el cordobés Martín Bruhn  llevando el pulso de la banda desde la batería; Mariano Domínguez echándose a espaldas el peso armónico desde el bajo y acompañando con buenos coros; el virtuosísimo en todos los registros Germán Wiedemer en teclados; y, el más veterano tocando con Andrés, Julián Kanevsky, inspiradísimo en este nuevo rol de responsabilidad de único guitarrista de la banda. Tocar en cuarteto de rock no es como tocar con otro tipo de formación; con un solo guitarrista la música está más expuesta. Todo se oye. El bajo tiene que soportar el edificio, las teclas también tienen que cantar y el único guitarrista tiene que poner todo el rugido al sonido. El conjunto de altísimo nivel, llevando en volandas a su cantante en todo momento, sonó espectacular y fue presentado durante una jam sobre ese Right Place Wrong Time de Dr. John, de nuevo, durante el transcurso del concierto.

Mucho rock con el retrato social de Falso LV y la oscura All You Need Is Pop antes de los bailes con la cumbia Tuyo Siempre y el swing de Loco, que acogía en su desarrollo a Corte de Huracán, como en aquella gira con Fito y Fitipaldis. Brillante fue la recuperación de Ni hablar, la canción más antigua de la noche. Treinta años desde aquel Nadie sale vivo de aquí de un Andrés que aún no había pisado España. Uno de las pasajes más importantes e inspirados, con un Calamaro especialmente sensible, llegaba con Cuando no estás, tras la que, interpretada sólo a piano y voz, sonó una emocionantísima Esa estrella era mi lujo de  Patricio Rey y los Redonditos de Ricota que enganchaba con Los Aviones (¿la mejor canción de Calamaro? Con su profundo balanceo nostálgico de bossa nova y su cigarro mojado nunca desaparece de los setlist del argentino). La también nueva, Tránsito lento, descargaba todo ese groove inflamable en FIBES (ojo, no se pierdan el insuperable solo de saxofón de Brandon Fields en el disco. De esos que quedan para la historia).

Calamaro miró la chuleta del repertorio. Con el público entregadísimo y la hilera de himnos que asomaba por el horizonte, intuía imposible un momento de pausa para una canción que requiriera un poco más de concentración y silencio. Así que propuso a su cuadrilla adelantar My Mafia al torrente final de épica. Algo pasó con esta canción. Eso que no se ve, ni se toca, ni se puede explicar. Pero está ahí, aparece. Se siente. Eso que Lorca llamó duende. En este himno de lealtad y amistad flota el espíritu de los barrios marginales de Buenos Aires y la figura de Víctor “Frente Vital”, un ladrón acribillado por la policía a sus 17 años, que entregaba a la gente del barrio lo recaudado en robos a camiones que transportaban alimentos. Con una hermosa reflexión, Calamaro se acordó de todos aquellos que sobreviven en un hotel de mil estrellas, sin pan, sin techo y; en un bonito gesto, dedicó la canción al barrio sevillano de las Tres Mil Viviendas.

A partir de aquí el vuelo fue imparable. El último tercio con el tendido de pie. La comunión, la épica y el éxtasis estallaban con Crímenes Perfectos, Estadio Azteca, Los Chicos (y la ráfaga de Música Ligera de Cerati), la Milonga del marinero y el capitán y Paloma, con menos distorsión pero tan imponente como siempre. Tras un amago de despedida, volvieron al escenario para rematar, tras más de dos horas de música, con Flaca y Me estás atrapando otra vez (junto a la milonga, dos canciones con firma de su cómplice Ariel Rot). En medio de la generosa ovación triunfal y la festiva algarabía, Calamaro celebraba brindando la faena a sus seguidores y marcándose unos capotazos.

Calamaro vive en la cumbre musical desde hace muchos años. Eso es así. No me refiero a masas, a escuchas en streaming, a ventas de discos, a fama, a estatus económico. A nada de eso. Andrés lleva décadas derrochando pluralidad, honestidad y libertad en la cima del rock hispano, con su nombre escrito en las hojas de la historia a ambos lados del charco, con el respeto de sus pares de todas las artes y generaciones y con la admiración y la reverencia del soberano. Lo importante, la gloria misma. En noches como ésta demuestra por qué. Lo que él llama “renovar credenciales” es la entrega inspirada, en cuerpo y alma, que hace sobre un escenario. Tan mejor que hace menores a sus homólogos. Si es que Andrés Calamaro tiene homólogos. Qué noche la de aquel día, qué sentimiento. Sevilla era una fiesta.

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