28 marzo, 2024
Entre Bunbury y el público sevillano existía un canal de adrenalina continuo, donde ambas partes se retroalimentaban a base de Rock and Roll (o lo que sea que haga).

Fotografías por Nuria Sánchez

El antes

Enrique Bunbury a esa hora ya estaba en Sevilla, y yo al otro lado.

La espera comenzó mucho antes de que el chico de la primera de las puertas me mandara a hacer cola a las 20,00h de una tarde Bunburyana. Personal autorizado para jugar con mis sentimientos. Me preparaba  para el penúltimo show en la Tierra.

Era 18 de diciembre y yo llevaba dos semanas esperando ese momento. Entre las personas que se encontraban haciendo cola  a las afueras del Palacio de Deportes de Sevilla, estaba yo como la privilegiada de privilegiados. La reina de corazones a las puertas del invierno. Porque Bunbury tiene un poco de invierno, como el rock, un poco de recordarlo todo a una velocidad de vértigo.

A pesar de ello, y en confianza, reconozco que cubrir el concierto del que fuera vocalista de la banda musical Héroes del silencio, me tenía un tanto nerviosa. Mucho. Para que me entiendan, no era un jueves cualquiera, diciembre se convirtió en mi mes y el 18 ya había pasado a ser mi número favorito.

Suerte de mí que topé con dos chicas apasionadas a la luz de las farolas, de cuyo nombre ahora no puedo acordarme. Por fin verían a Bunbury, en Sevilla, después de haberle seguido por numerosas ciudades españolas. Me invitaron a una birra en lata y comencé a tranquilizarme. La cámara palpitaba de impaciencia en la mochila.

A punto de caramelo

Pasó una hora de reloj hasta que conseguí reunirme con la prensa alrededor de Marisa Corral. Ella, muy amable, comprobaba nombres, apellidos y medios de procedencia, a la vez que nos invitaba a escuchar las instrucciones. Desde que comience el león a rugir, tenéis tres canciones para hacer vuestro trabajo. Después, bye bye cámaras.

Adentro

Ya a pie de escenario todo era ruido. Sobre las nueve y cuarto, el público sabía dónde estaba y para qué. Comienzan a reclamar la presencia de Enrique sobre el escenario. Antes de que fundieran las luces, me di cuenta de un movimiento de brazo de un técnico situado en la parte izquierda del suelo que pisaría Bunbury minuto y medio después. Algo querría decir esa orden. A las 21.35 suena un vals entre un color azul intenso mientras un ovni ocupa la gran pantalla, la gente se deja la garganta, van apareciendo los músicos y, lo que todos deseaban en ese momento ocurre de repente: Bunbury se pasea por el escenario, corresponde a su público y tira de «Despierta«.

No soy partidaria de desmembrar todo lo que protagoniza Bunbury cada vez que se sube a un escenario, esas cosas están para vivirlas. Esas cosas se saben. Pero no puedo reservarme la cara de satisfacción de los asistentes, producto de la ilusión que seguro llevaba alimentándoles días enteros, al emanar del artista letras tan redondas de canciones como ‘El club de los imposibles‘, ‘Los inmortales‘ o ‘Destrucción masiva‘. Estaban vivos. Sus brazos, estirados, casi tocaban el escenario mientras un Enrique no paraba de arrodillarse casi a modo de agradecimiento. Fue cercano en todos los sentidos, incluso pude captar su sonrisa mirando al objetivo.

Entre Bunbury y el público sevillano existía un canal de adrenalina continuo, donde ambas partes se retroalimentaban a base de Rock and Roll (o lo que sea que haga). Las ansias por Bunbury se reflejaron en la compostura que adoptó la peña ante un espectáculo casi perfecto: sensible, despierto y cantor. El artista notó el calor de la parte más necesaria en un concierto, su público. La fiesta se cierra como una de las puestas en escenas más visual y llamativa en la que tuvieron lugar imágenes de La naranja mecánica de Stanley Kubrick, Salvador Dalí o campos de maíz con símbolos extraterrestres. Todo esto nacía en mi memoria cuando todo había terminado.

Afuera

Esa noche todos fuimos Bunburys.

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