24 abril, 2024
Momentos de auténtica virulencia psicodélica alternados con una base de pop excéntrico. Todo se disuelve en un último estertor, consumido por el propio ácido que destilan los instrumentos… Muy recomendable.

Blusa 

¡Toca Breakbeat, perro! (2014, Sello Salvaje)

Música para contraer paisajes

A Blusa los vi en directo hará cosa de siete años. Después de aquel concierto, que disfruté bastante, he podido seguirles muy vagamente la pista. Han tocado mucho por ahí (incluso formando parte de otras bandas), desplegando ese post rock instrumental que tan bien se les da. Estad atentos a su próximo concierto porque de seguro van a derretir los muros de la sala para convertirla en una postal sonora de contornos irregulares, aunque vagamente reconocibles.

¿Que por qué sé esto? Porque he escuchado su segundo disco, tan llamativamente titulado (¿¡Toca Breakbeat, perro!?) como lleno de excelentes composiciones, y puedo afirmar que Blusa ha perfeccionado una fórmula que no ha sufrido alteraciones significativas. Lo que funcionaba bien, ahora funciona casi como un instrumento de relojería suizo… o alienígena.

Editado por Sello Salvaje, el nuevo trabajo de estos músicos es un logro considerable. Que una banda de sus características pueda sacar un álbum como el que ha sacado, sin renunciar a su identidad, a su concepto y sin un cantante al frente que aporte el necesario (para muchos) elemento humano que es la voz, debe ser motivo de esperanza para todos los que se mueven en el circuito independiente y menos comercial.

“Facenda” abre el disco exponiendo la cuestión con lógica implacable: esto es lo que hay, dejémonos de tonterías. Es un perfecto ejemplo del estilo del grupo y del tono general del álbum. Es seguramente por ello que ha sido elegido como single de presentación, y lo cierto es que no se me ocurre otro mejor para ello.

“Montebello” prosigue, potente y sin embargo melancólica. El uso de un volumen realmente fuerte está sabiamente reservado en todas las canciones para el momento preciso. Así, “Esqualo” entra de forma insistente, y no decaerá en su camino; es una carretera llena de curvas, que nunca acaba. Consecuentemente, el tema no “rompe”, pero ésa es quizá su mayor virtud. En “Aruba” se producen intensos fogonazos de guitarra, en rachas lumínicas de corta duración que dejan a la batería en sombras, haciendo el trabajo sucio.

La visión angulosa, aberrante, de “Rajko”, la épica claustrofóbica de “Navajo”, o la frialdad calculada de “Yatzuni”, son otras posibles versiones del motivo principal: un mismo objeto en distintas condiciones de luz, pero igualmente fascinante.

Mención aparte para “Labrador” y “Blowjob”. La primera comienza como una siesta en un porche ante el desierto. A lo lejos, se está acercando una tormenta… La segunda cuenta con las guitarras más enloquecidas del disco. Momentos de auténtica virulencia psicodélica alternados con una base de pop excéntrico. Todo se disuelve en un último estertor, consumido por el propio ácido que destilan los instrumentos… Muy recomendable.

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