29 marzo, 2024
Lleno en Fibes para confirmar lo que muchos saben: Antílopez son unos genios

AUDITORIO FIBES, 7 de Marzo de 2015

Fotografías por Nuria Sánchez

Antílopez, antílopez… Aunque me han contado de todo y he escuchado muy poco, todavía no había visto nada de nada. Tenía mucha curiosidad y, como siempre hay una primera vez para todo (para escribir una crónica, para comprar tabaco en un karaoke, y para conocer a fotógrafas con talento),  el sábado 7 me planté en el Fibes para mi primera vez con los Antílopez. Y ocurrieron todas esas cosas, vaya que sí.

Félix y Miguel Ángel,  de Isla Cristina, viviendo en Madrid y parando en Sevilla para presentar lo que ellos denominan el “Chiripop absurdo depresivo”. ¿Qué demonios es eso? Si buscas la definición en sus discos intuirás algo, pero de lejos, sólo de lejos, te acercarás a su significado; porque esto no va de tocar unas canciones e irte a tu casa, no. Esto es algo más. Veamos:

Sobre el escenario dos sombreros y dos taburetes;  dos guitarras, dos colores. Un aforo de 1000 personas con ganas de pasarlo en grande y dos tipos con ganas de comerse el mundo. El show comienza a ritmo de blues, una excusa para calentar la voz y dar sentido a “Arizona Wifi”, un blues descarado que nos da la bienvenida a la fosa común, donde ambos artistas presentan sus credenciales (y sus voces) con humor e insolencia.  Saben lo que se hacen, levantan al respetable, lo agitan, lo elevan y hasta homenajean al propio Michael Jackson, invitándolo a esta fiesta. Estoy perplejo, lo que acaba de pasar hace que me pregunte por qué no he venido antes a ver a estos tipos. A mí ya me han metido en el bolsillo y esto no ha hecho más que empezar.

Da la impresión de que llevan pensando mucho tiempo en este show y que se encuentran en ese momento en el que pueden, y quieren, hacer lo que están haciendo. Casi sin respiro, continúan con la revisión reggae de “Una vez visto” (guiño a Manu Chao incluído)  dando pie a un speech sobre la edad de artistas como los Stones o los Cantores, que se mantienen ahí gracias a su vida “saludable”. Pero aun siendo los Antílopez unos recién llegados, con apenas treinta añitos recién cumplidos,  ya saben que las baladas “urunou” son el caballo ganador para llegar al gran público. Si no sabes lo que es el urunou,  yo te lo cuento: toma una canción, cualquiera, añádele mil gorgoritos y giros vocales para dotarlas de barroquismo y mayor emotividad y conseguirás que la pinchen una y mil veces en Europa FM. Cualquier tema vale. Miguel Ángel se encarga de demostrarnos que Doraemon, el gato cósmico, puede sonar tan edulcorada como para habernos representado alguna vez en Eurovisión; genial. El público llora de risa y, con las defensas por los suelos, entregado, vuelven a sonar las guitarras.

Te darás cuenta de una cosa si algún día vas a verlos. Las canciones están muy pero que muy bien y no echarás en falta toda la instrumentación que las adorna en su disco. La “Balada Ovalada” primero, y luego los “Cantautores Suicidas”, confirman que se puede llenar un escenario con sólo dos voces y dos guitarras  porque, además de TODO lo que estos artistas son capaces de hacer, son unos músicos geniales y sus canciones andan sobradas de fuerza. Hay algo que te invita a seguir dentro de ellas y a degustarlas hasta el final, aun sabiendo que en algún momento o Félix o Miguel Ángel  te van a sacar de su historia con un chiste, un chascarrillo insolente  o un guiño a Presuntos implicados. Incluso en un momento tan crítico como es afinar una guitarra en directo, son capaces de mantener al público en vilo, (quizás demasiado, alguien aprovechó para ir al baño y algún niño dormía) contándonos  un largo sueño de una efímera historia de amor nocturna.

Pero ni son Sabina ni quieren serlo, y rápidamente nos invitan a montarnos en un avión imaginario para llevarnos por diferentes partes del mundo. La primera parada me sugiere Huelva (obviamente), cerquita, cantando la preciosa “Le habla el sunshine por la mañana”. Es un tema tan dulce que ni caricaturizándolo pierde su belleza, y lo que hace unos minutos era un desmadre total, ahora es un silencio casi religioso. El público es parte del espectáculo y desde la última fila del auditorio (sí, desde atrás tampoco se pierde detalle) Los Antílopez lo tienen a su merced con media Isla Cristina y parte la Redondela presente. Están cómodos, en casa. De cualquier forma la “Necrológica de un Amorío” se recibe con alegría, porque aunque “no haya venido a farolear”, Félix sabe cómo levantar un auditorio al compás de rumbas;  sombrero, tacón, pluma y vámonos. Lo han vuelto a hacer. Fibes se cae y  tras un subidón flamenco volamos hasta la siguiente parada.

Aterrizamos en Argentina y allí nos invitan a imaginar la austera coronación de Felipe VI, donde cada invitado tendría que contribuir con comida. ¿Qué hubiera pasado si la casa de Alba se hubiera plantado allí con sus papas aliñás o la Casa de Portugal apareciera con el hielo? La importancia de las apariencias, de los “Hijos de España” que desean “tener, tener y volver a tener”,  lo que en suma “es el principio del final del ser”. Unos tangos que miran a la crisis cara a cara y que nos llevan, casi sin darnos cuenta, a la siguiente parada: Italia, sombrero, góndola, y “Cantinela”, una historia de amor chulesca y desgarrada que de otro salto nos acaba de situar en Cuba. Qué mareo. Mareo no por tanto movimiento, sino por tanta demostración de talento. Un catálogo que no tiene fin y que permite que por el escenario pasen dos raperos, dos yonkis y  hasta un bailarín de polka. Todo cabe. Hasta J-kay, el cantante de Jamiroquai, parece que veranea en Isla Cristina. Eso parece que cuando escucho “Hoy la Prensa viene Sucia”, donde se reparte a diestro y siniestro dardos afilados a aquellos artistas que tratan de robarnos la cartera; “ellos saben quiénes son”.

Me estoy quedando sin tinta, emborrono las hojas y capto ideas sueltas. El auditorio se oscurece. El tono de las guitarras también. Una música obsesiva, una voz aguda. “Todo el mundo tiene que morir”, un niño que habla con los muertos. Miedo en tono menor. Esto está llegando al final. Una excusa para la “Gatita presumida”, esa canción que puso en pie un famoso late night hace algún tiempo, esa historia canalla y de despecho que cuenta lo que las máscaras hacen con nosotros. Y otro Fibes más brillante puesto en pie, otra vez a su merced. Allí nadie cree en el amor y nadie quiere irse a su casa;  nadie había estado tan vivo, ni siquiera los aplausos. Bravo y adiós.

Los dos artistas se esconden entre bambalinas. Habrá bises, desde luego, y en el auditorio se escuchan propuestas. “Prefiero”, el single de su nuevo trabajo, va en cabeza; no lo conceden porque “esto no es un debate de Podemos”.  Aquí manda la casta de los artistas de verdad, esos que no se amilanan ante una petición masiva. Ellos conceden su tiempo a “Alfanauta”, una balada temporal que invita a alejarnos de la tecnología para volver a lo más básico, a la esencia, a la ría de Huelva, donde se ensalza la vida del artista, el de verdad, ese que no pretende robarte la cartera. Es la intimidad después la que cierra una “Canción privada” que nos mira a la cara sin esperar que comprendamos. “A ver quién nos lo explica”.

Qué tengo que entender si esto vuelve a subir, In crescendo, con descaro, en chándal. De esa guisa vuelven: dos yonkis pidiendo en el metro nos regalan “Amor de polígono”, una risa fácil que en realidad parece una excusa para denunciar a una espectadora que lleva grabando todo el concierto. Nunca un yonki ha sido tan elegante y Miguel termina: “Viva Sevilla”. Viva Huelva, chaval.

Epílogo: Luces encendidas, y los rezagados al excusado. Cuando todos miramos ya hacia la salida vuelve Miguel Ángel, guitarra en mano;  Félix con casaca. Todos de pie y luces abajo: “Polka Miseria” y a bailar. “Será que soy de huelva, será que quiero melva” y ya nadie para. Las notas se guardan para siempre. ¿Quién las necesita? Quiero emplear mis dos manos para invocar el espíritu de Goku  y unirme a las 999 personas que están deseando gritar aquello de “la bola de dragón, será al fin nuestra”. Ningún niño duerme y nadie se atreve a irse.

Y lo hicimos: bailamos y gritamos. Reímos, nos encogimos y nos arrugamos. Pero al fin lo conseguimos. La bola de dragón al fin fue nuestra. Y el Fibes, seguramente para siempre, al fin fue vuestro. De Félix y Míguel Ángel, de Kyle y Troy, del Chapas, del sunshine, del flamenco, del tango y de la copla. De Antílopez y Antílopez. Chicos, seguro que nos volveremos a ver. Hasta la próxima!

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