19 abril, 2024
En medio de la euforia colectiva, ardiendo aún la coda letal de Mátame Camión, Ángel Stanich se abalanza sobre el público que lo recibe con los brazos en alto

Fotografías Antonio Andrés

Este relato se explica mejor empezando por el final. En medio de la euforia colectiva, ardiendo aún la coda letal de Mátame Camión, Ángel Stanich se abalanza sobre el público que lo recibe con los brazos en alto y lo pasea en volandas por el patio del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo como el fiel que lleva a su Cristo en procesión.

Así terminó el concierto de Stanich en el POP CAAC. Con su voz afilada había llevado al público sevillano al éxtasis, desgajando durante dos horas, salpicadas con notas geniales de humor clandestino,  buena parte de su repertorio, especialmente del más reciente, su último disco Antigua y Barbuda, y los LPs que quedaron intercalados entre éste y su primer trabajo, Camino Ácido. Himnos apátridas con estela fronteriza que, si bien en sus primeras andanzas contaba como referencias con escenas y paisajes americanos, ahora se han mudado al presente ibérico con todo el inventario social y político que ello conlleva. Sin abandonar esas canciones de road movie y aventura psicotrópica, Stanich ha logrado reunir en su ermita de druida todos estos elementos cocinando un estilo único en la escena musical española, de cantautor eléctrico que baila entre el Dylan más folk y el Bowie más setentero.

Cinco músicos sobre el escenario entre los que brilla la participación del guitarrista Víctor Pescador (que embebió con su slide aún de más melancolía el sobresalientemente versionado 7 de septiembre de Mecano) y los destellos psicodélicos al más puro estilo Ray Manzanarek de Jave Ryjlen en teclados. Cinco músicos sobre el escenario y Stanich al frente. Pisando las tablas con fiereza y la seguridad. Como en aquella escena de I’m Not There en la que se representa teatralmente a un Dylan que sacaba una metralleta en lugar de una guitarra en Newport 1965. Así lo hace Stanich. Envuelto en el aura magnético de su imagen de escuálido ermitaño escupe sus letras ácidas e inflamables, brinda su imaginario surrealista, su ingenio perturbador y certero se desata con salvaje voz de lata y tintes de blues. Y el público, entre el pogo por momentos y la escucha atenta, vibra. Y no es poca cosa aquí la escucha atenta. Las canciones de Stanich, indiscutiblemente uno de los grandes talentos actuales de la punta de lanza del rock en nuestro idioma, son para  no perder detalle, cada guiño, cada giro en la canción, es mejor que el anterior.

Antes de todo este terremoto, los locales Yorch, encabezados por Jorge Naranjo, con un sonido compacto y canciones con mucha personalidad, habían puesto la alfombra roja al cabeza de cartel de la noche. No faltó protagonismo de la cultura local tampoco durante el concierto de Stanich, con unos versos de Noche de Setas de Pony Bravo y el recuerdo y el homenaje con un fragmento de Puerta España introduciendo Metralleta Joe, a Silvio, el álter ego elegido por Ángel para transfigurarse en esta cálida noche y celebrar su ceremonia colectiva.

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